A tres años de vivir en Islandia

Imagen generada con la I.A. de Canva

Aislamiento.

La isla al norte.

El frío, el viento y la nada

El musgo que florece por debajo de mis pies.

La sal que carcome y oxida.

Se esperaban volcanes en cualquier momento.

Y el momento fue este.

Tiempos de lava.

Transformación de la tierra que nace, se expande.

En este tercer año, llegaron los cambios. La pandemia que nos mantuvo en el encierro y los tiempos inciertos, nos sacudió por completo. Uno no puede quedarse a la deriva, tiene que seguir remando hasta encontrar tierra firme. Regresar al origen, al de los sueños y plantear una nueva escalada. El mito del Sísifo. La vida de Suecia, en este punto, es tan lejana, un sueño. O una pesadilla. La arena sigue cayendo de prisa , demostrando que lo vivido fueron realidades premonitorias. De mi vocabulario, se perdieron los inte y los jätte. Pude quitar de mi sistema la ley de Jante, nunca fue mía. Aceptar que nadie se baja en Mejeriet, por una razón obvia.

La esperanza despierta. Encontrarme en medio de un mundo perdido. Los vasos medios vacíos. Pero con el agua que se purifica con la piedra del volcán.

No soy de muchas partes. Soy chilanga. Pese a la incomodidad de mi padre. Soy banda. Pese a la incomodidad de mi madre. Una chilanga que se quedará, eternamente, suspendida en el tiempo. Ya nunca jamás volveré a mi ciudad defeña. La ciudad dejó de ser sin mí y aún así, las quesadillas pueden ir sin queso.

Un ajolote que se rehúsa en convertirse en salamandra.

Tres años de Islandia. Las raíces hechas de lupino, floreando todo de morado. Volviendo fértil la tierra. Aplastando todo el paisaje con su presencia.

Los sueños se escriben. Se tejen. Se cuecen a fuego lento. Se escriben mejor, cuando se tienen lectores. Se tejen mejor, para cubrirte del frío. Se cuece mejor si es el estómago ajeno el que alimentas.

La interpretación hay que ponerla a descansar. Es mejor, por montones, bailar con los brazos en el aire.

Extendidos.

Buscando problemas.

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