¡ΕΥΧΑΡΙΣΤΏ, Grecia!

Imagen generada con la I.A. de Canva

PRÓLOGO

Me gustan las listas. Grecia siempre estuvo en mis grandes aspiraciones, encabezando mis “lugares por visitar” desde siempre. Una corrección… desde que vi Hércules de Disney. Creo que muchos tenemos una fascinación por Grecia en alguna etapa de la vida. La mía llegó porque, sin saberlo, la película de Hércules daría la pauta a muchas de mis filias de niña, por lo que mi mamá, no quiso que me quedara con la versión digerida de Hollywood, e hizo lo mejor: regalarme un libro de mitología griega. Desde entonces, mi relación con el cine y la literatura es así, van casi de la mano.

El acercamiento me hizo curiosa por el tema. Nada más como anécdota: corregí a mi maestra de quinto de primaria por un dato que estaba explicando mal sobre los griegos, le pareció curioso: uno, que mostrara interés luego de que yo no mostraba interés en su clase; y dos, que mi corrección fuese bastante puntual. Me asignó una exposición sobre esto para un evento que era llamado “clase abierta”, en donde los padres eran invitados a ver no una clase, sino una performance de sus hijos en clase, pues ninguno nos comportábamos frente a ellos como lo hacíamos “a puerta cerrada”. Yo, por ejemplo, permanecía callada en la dichosa clase, cuando en realidad me la pasaba platicando. El caso es que ensayé mi exposición, todo para no asistir al evento, simplemente porque la maestra me caía mal. Cosas de niños. Mi interés por Grecia fue creciendo con los años, sumado a que por todas partes puedes encontrar referencias a la cultura de la Grecia Antigua. Recuerdo entender la letra de una canción de Luis Eduardo Aute que mi mamá repetía varias veces mientras viajábamos en el auto, misma que hacía referencia al mito de Dédalo e Ícaro, uno de los mitos que más me gustaban. Crecí y poco a poco, las razones por las que quería visitar Grecia fueron más complejas: desde el acercamiento a los filósofos clásicos, el gusto de leer teatro griego, hasta llegar al cine, particularmente, con la película de Zorba, el griego. Estaba decidido, iríamos a Grecia en 2020… Afortunadamente, no compramos los boletos de manera anticipada. No sólo la pandemia nos cortó las alas de tajo, además, la muerte nos hizo una visita, por lo que la prioridad sería viajar a México. En 2021, nos quedamos por tres meses para despedir las ausencias y celebrar a los que seguimos. Entonces, había que tomar al toro por los cuernos, contar los ahorros, planear estancias y, aún con todo y gripe, llegar a la tierra que mi yo, la niña de cinco años, deseó desde hace tantos años visitar. Un regalo de cumpleaños. Estos son mis “recuerditos”...

PARTE I

Lo primero que quería ver, era Creta y, de ser posible, Delfos. Ir a Grecia, sin ir a Cnosos, para mí no era razonable. Así fue, se hicieron planes para pasar unos días en la isla. Si de algo me arrepiento es de no haber sospechado que Creta me encantaría tanto que pudiese haber pasado una semana entera (de las tres que estuvimos de vacaciones).

Llegamos a Cnosos, no sin antes perdernos en el poblado que está cerca del sitio y casi morirnos de insolación. El lugar estaba atascado. Con todo y lo dudoso del sitio arqueológico (para más información, busquen la intervención de Sir Arthur Evans al lugar) resulta muy interesante, pero no tanto como el museo de Heraclión, pues ofrece mucho más contexto, información minuciosa y complejiza todo aquello que Evans dio por sentado. Un laberinto se formaba en mi cabeza, al tiempo que apreciaba todo aquello, ¿qué tipo de sociedad era la minoica?

Me gusta pensar en que, de verdad, fue un gran matriarcado. Nada más hace falta ver las figurillas de la Diosa de las serpientes, para plantearse que podríamos hablar de una sociedad muy distinta a lo que popularmente se piensa sobre la antigüedad ¿Qué significa poner a la mujer en el centro de todo orden social? Así erguida, como esas mismas figuras, con los senos descubiertos, tomando unas serpientes, ¿qué conexión tiene, por ejemplo, con el colgante de las abejas de Malia? Fertilidad, Diosa Madre.

¿Qué tiene qué ver todo esto conmigo?

De las estrellas del museo, resalta el fresco de la taurocatapsia: varios paneles de estuco que muestra unos personajes saltando un toro. Podría explayarme en explicaciones, pero quiero ser precisa. Los toros, eran un símbolo importante para la cultura minoica, no es fortuito que la figura del animal esté en el centro de la pieza. De la imagen surgen dudas, pues lo representado resulta una hazaña bastante peligrosa. Saltar un toro, en la forma que se describe en la pintura, podría terminar en la muerte de quien lo intenta. Por este motivo, se considera que era más bien un ritual de iniciación. Se piensa como una práctica (quizás entre adolescentes) para buscar la aprobación o alguna recompensa social. Sin embargo, la dificultad de la proeza, además de otros elementos (las estilizadas figuras humanas, el sexo de las mismas, así como la acción descrita) invitan a pensar que esta imagen es más bien una figura simbólica. Tomar al toro por los cuernos. Una alegoría. Un mito.

PARTE II

La escena final de Zorba, el griego. Anthony Quinn y Alan Bates bailando la coreografía inspirada en un baile cretense llamado “syrtos”, mezclado con el baile “hasapiko”, creando lo que, hoy en día, se denomina “sirtaki”. El “baile de Zorba”, una tradición del cine llevada a la vida real. No es la primera, ni la última vez que el cine ha hecho eso. Una imagen. Una alegoría. Un mito. Pero regresemos a Anthony Quinn.

Hubo una época que me dio, como si fuera maratón, por ver películas del famoso actor. Pocos actores han existido de la talla de Quinn, de quien la pantalla no es suficiente para contener su talento. Entre sus papeles, Zorba es uno de los más memorables, pues le impregnó aquello que es tan suyo, al tiempo que puede ser entendido como la “creación de la imagen de la identidad griega”. El hecho de que el actor fuera mexicano me llamaba la atención. Pensar que las nuevas generaciones consideren, en términos de lo representado en pantalla, que es inadecuado que él fuese elegido para encarnar a tan diversos personajes, es lamentable. La convicción de ser, rígidamente, de un lugar, te hace de ninguno. Hay un espacio para la universalidad. O lo había en sus tiempos. Como sea que fuese, me gusta ver a Anthony Quinn, me recuerda a mi abuelo, por extraño que parezca. Sobre todo como Zorba.

Para bien y para mal, Zorba, es el espíritu del placer dionisiaco, que, para el momento de mi visita a Grecia, todavía era una incógnita. Entendía (en papel, claro está) lo sublime que yace en extender las manos, especialmente, cuando la faena sale mal. Bailar mientras todo está perdido. Y no fue hasta esos días.

Llevaba tres días en la isla y, quizás fue la sal del mar Egeo, o que tomé suficiente sol, o de cumplir treinta años, o todo al mismo tiempo, pero, finalmente, lo asimilé. Una cosa es entender de manera superflua, otra vivirla. Habitar en esas ganas de pedirle a alguien que te enseñe a bailar. De entre los souvenirs, me topé con una cajita musical que tenía una botellita de ouzo, famosa bebida alcohólica griega. Al abrir la cajita (con forma de libro) suena un chillante sonido de la famosa instrumentalización de la cinta. Fue de las pocas cosas que vi que hacían referencia a la película, lo cual es entendible. Mi versión de Zorba, sería más bien un cantante de ranchero. Un mariachi, bebiendo tequila. Quería ir a algún lugar que recordara algo de la cinta. Pero la locación real quedaba lejos. Allí nos enteramos de la existencia de la tumba de Nikos Kazantzakis, autor de la novela del mismo nombre. Íbamos en el pequeño carro que alquilamos, a punto de caer por una barranca, dado que el Google Maps nos estaba orientando mal. Cambiamos abruptamente de ruta al dar con otro destino: el museo sobre la vida y obra del autor.

PARTE III

Llegamos al museo como siempre: en plena ignorancia. Los alrededores son bastante pintorescos, destaca la blancura del edificio del museo, en medio de una especie de plaza. Dejamos el auto lo más pegado a la acera, no había rastro de algún estacionamiento, señales que lo prohiban o algo que nos indicara qué hacer. No hay el interés de Cnosos, ni del puerto. Las únicas almas que habitan la plaza son las nuestras. Quizás se oculten todos a la sombra de un árbol. El sol quema, los ojos arden. El sudor comienza su tercer hervor. Entramos al museo, ahí se respira más fresco.

Nikos Kazantzakis nació en Heraklion el 2 de marzo de 1883, en el, entonces, Imperio Otomano. Es considerado como uno de los escritores más importantes del siglo XX, nominado nueve veces al Premio Nobel de Literatura, siendo el autor griego que más ha sido traducido. Además de Zorba, el griego (Alexis Zorba o Vida y andanzas de Alexis Zorba) es el escritor de La última tentación de Cristo, la cual también fue llevada a la pantalla grande. Podría abundar en algunos datos curiosos del autor, su inspiración de Zorba, las influencias de Nietzsche en su obra o en su cuestionamiento a la figura de Dios (siendo excomulgado). Como siempre, se los dejo para otra ocasión. Ahora, lo que me interesa relatar es que, en uno de los muros (creo haberlo leído en medio de unas escaleras), venía escrito sobre lo que Kazantzakis planteaba sobre “lo cretense”. Le llamaba la mirada cretense, mismo que describe utilizando el fresco de la taurocatapsia:

“La emoción que sentí al caminar por los antiguos terrenos de Cnosos era tan abundantemente rica, tan entrelazada con la vida y la muerte, que me encuentro incapaz de analizarla con claridad... Contemplé las corridas de toros pintadas en las paredes: la agilidad y la gracia de la mujer, la fuerza infalible del hombre, cómo jugaban con el toro enloquecido, enfrentándolo con sus intrépidas miradas. No lo mataban por amor... o porque les sobrevino el miedo y no se atrevían a mirarlo. En cambio, jugaban con él obstinadamente…. Quizás con gratitud. Porque esta batalla sagrada con el toro agudizó la fuerza cretense... Así los cretenses transubstanciaron el horror, convirtiéndolo en un juego exaltado... conquistando sin aniquilar al toro... considerado no como un enemigo, sino como un compañero de trabajo. Mientras contemplaba la batalla representada en las paredes, la antigua batalla entre el hombre y el toro (a quien hoy llamamos Dios), me dije, así es la Mirada Cretense.”

Tomar al toro por los cuernos. Es aventurarse a lo desconocido.

“La ausencia del miedo y la esperanza ante la inutilidad, el abismo y la muerte [...] una síntesis de la pasión y la nada”.

Treinta años de ese vaivén. Con dedicación entre las hojas y la pluma, particularmente, en la academia. Tal y como el narrador de Zorba es. A veces hay que dejarlo todo, aventurarse. Ser Zorba. Extender los brazos y dar el salto al vacío. ¿Es necesario el trago de tequila para dar el do de pecho?

“La vida es (un) problema. Sólo la muerte no lo es. Estar vivo es desabrocharse el cinturón e ir en búsqueda de problemas”.

Me compré el libro. Lo leí con cautela. Ευχαριστώ, escrito en un imán en mi refrigerador. Significa gracias en griego. En la tumba de Kazantzakis dice:

"No temo a nada

No espero nada

Soy libre”

EPÍLOGO

En una tienda de souvenirs, me encuentro con una mujer, la mejor vendedora de todos los tiempos. Quizás un oráculo que, en sus ratos libres, gusta de vender chácharas a los turistas. Me cuenta los detalles de algunas de las piezas que me parecen interesantes, en especial la réplica del colgante de las abejas de Malia. Se interesó por nosotros, supongo que una mexicana casada con un islandés, visitando la isla, es poco común. Le comenté que mi sueño de niña era ir a Grecia, que era un regalo de cumpleaños, le pareció curioso. Nos vio como si lo supiera todo, como si anticipara los meses que nos seguirían. “Te gustan los toros, ¿verdad?”, le preguntó a A., quien sonriendo le confirmó sus sospechas. Nos recomendó un restaurante para ir a cenar. Una delicia. Luego de la plática, de escoger lo que quería, pagar y demás, se volteó a sus estantes y tomó un pequeño barquito de cerámica. Lo puso en la bolsa, al tiempo que me dijo: “Te obsequio este barquito, para que te traiga de regreso a Creta”.

La isla en el mar, ahora está en nuestra casa.

El barquito espera, por un rato, en la repisa

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