Después de dos años, decidí darle (en principio) una pausa a mi proceso terapéutico. Una novela que se llame: “La vida no es como la esperas y, aún así, es”. No fue bien recibida la noticia. Hay algo en que la gente repita seguido mi nombre que me desconcierta y ese día, mi nombre se utilizó muchas veces.
¿Alguna vez han tratado de rechazar a un vendedor de telemarketing y nada más no se convence en colgar, pero tú tampoco dejas el teléfono sólo para probar qué tanto más podrá insistir si ya te convenciste de que no es no, y punto?
¿No, sólo yo?
No me sorprende.
La idea de dejar terapia fue, principalmente, por tres aristas:
- Por razones meramente materiales: ir a terapia es caro y si es un análisis como al que yo iba, es muy largo. Un buen día pensaba que quería comprarme un saco para un evento al que asistiría, mismo que costaba lo de mi terapia. Empecé a pensar en el trabajo que me costaba tener ese dinero y que podría acceder a otras cosas si empezaba a sentirme mejor, o a que me llegaran los veintes de una buena vez. Es cuestión de clase. Por otra parte, mis problemas ni eran (ni son) problemas, y si lo son, poco tienen respuesta en terapia.
- Por el propio proceso: en algún punto del análisis, mi terapeuta tuvo a bien preguntarme sobre mi tesis. Mis estudios, era un tema del que ya no quería abordar, ya que, sabía que mi terapeuta no entendía de qué trataban. Me cuestionaba, por ejemplo, mi decisión de estudiar islandés en la Universidad “¿es necesario? Si ya tienes una carrera y estás haciendo una maestría”, me decía. Necesario, lo que llamas necesidad, no. Es decir, podría sobrevivir en Islandia sin saber islandés. No creo que sea “necesario” ir a la universidad. Pero era LA forma en la que había encontrado para aprender de mejor forma. Y sobre todo, la más barata. Para ella, yo le daba vueltas a las cosas, no me sentía calificada para ejercer mi carrera, ni para hablar islandés, pese a las múltiples pruebas de que sí tenía madera para ambas. Le traté de explicar mil veces mis razones. No, ahora estás intelectualizando todo.
Un buen día, me desperté suficiente, quién sabe por qué. Ese día pensé en que en realidad, dentro de lo que cabe, yo estaba bien, me sentía bien. Mis relaciones están bien. Entonces, ¿era necesario ir a terapia? Decidí ir sin motivo alguno, me mantuve así por dos años. Sin cuestionar el método, teniendo fe ciega de aquello que yo consideraba necesario, porque siempre hay “algo” que resolver, de qué hablar en terapia. ¿Siempre? ¿No es suficiente con estar bien?
- Por mis estudios: no quiero revelar mucho detalle, pero a partir de escribir mi tesis, esta consumió gran parte de las sesiones. Mi terapeuta se mostraba interesada en el tema, del que parecía no comprender del todo. Y sobre todo, constantemente quería saber, “¿qué tenía que ver todo eso contigo?”. Un buen día, me recomendó a una autora que según hablaba de lo que yo le estaba tratando de explicar. La curiosidad mató al gato. Busqué dicha ponencia, era todo lo contrario a lo que le decía y fue así que me entró la duda. Y fui a disiparla. Encontré sus credenciales. En realidad no estaba calificada para dar terapia.
Razones para dejar terapia:
- Ya no quieres: tengo la sospecha que le molestó. A mí también me molestó su insistencia y la presunción de que me pondría ansiosa durante el embarazo.
- Tu terapeuta: quizás debí leer su tesis antes de tiempo
A casi un año de dejar la terapia, les escribo: con mi saco, graduada y mi bebé.
En calma.
¿Habrá sido la terapia o simplemente otra prueba más de que “La vida no es la que esperas y, aún así, es”?
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