Me gusta pensar que leeré esto en unos diez años, con gracia y ternura, al darme cuenta que he cambiado (sería terrible seguir siendo la misma persona a mis cuarenta), al notar que los años me hicieron más sabia (qué lamentable sería no aprender nada nuevo en tanto tiempo) y que, en retrospectiva, hay cosas que el tiempo moldeará de manera distinta. Que en mis cuarenta pueda cambiar mil veces de narrativa. Mientras tanto, estas son seis lecciones (una por cada lustro) que aprendí en treinta años. Evidentemente, he aprendido más cosas (o quizás son menos y sólo estoy re-aprendiendo la misma lección, describiéndola de mil y un formas) pero no quería explayarme tanto, sobre todo porque las lecciones más valiosas, las cobro. Mis golpes de vida me han costado [risa de tristeza, no de gracia]. Además, creo que muchas de estas, al formar parte de mi experiencia, no son una verdad absoluta y, por ende, requieren ser vividas para ser entendidas. Por lo mientras, aquí les van:
1.La mejor herramienta es hablar
No por nada existe la terapia, o en el peor de los casos, el confesionario. Hablar, es una de las claves para sanar el espíritu. Hablar, quizás no entendido como hacer la voz de uno mismo para decir sandeces [ejem…]sino como un acto comunicativo. Tener claro lo que se espera, lo que se quiere. Decirlo directo y sin tapujos. También es una gran herramienta para resolver conflictos y aclarar las cosas.En tiempos en los que pulula la verborrea cibernética, es irónico que aún no entendamos (colectivamente) que hablar tendría que llevarnos al diálogo y no a los soliloquios en medio del vacío.
2. El control es ilusorio
He de aclarar que para mí, muchas cosas son ilusorias (o pocas cosas son verdades absolutas). Acá no he de explayarme en lo abstracto y mis pajas mentales. Pero, quisiera que quien me lea, si es que le pudiera aportar algo en la vida, que sea el recordatorio de que el control es ilusorio. En medio del caos que nos rodea, resulta cómico pensar que tenemos injerencia en todo y, quizás, lo irónico es que, dentro de las cosas que realmente importan, menos certezas y es menos probable tener todo bajo las manos. Podemos influir, más no anticiparnos del todo en todo. Esto, quizás sea angustiante (supongo a razón de a quienes les he compartido esta idea), precisamente por ello, tendríamos que plantearnos que, sean segundos en este mundo, valen la pena disfrutar lo más que se pueda.
3. La felicidad es una ficción
Para algunos esto será una bobada. Aún me pregunto si es que en nuestros tiempos a alguien, más que sorprenderle, le cueste aceptar esto. He aprendido que uno acumula “pequeños momentos de satisfacción”. Mis favoritos tienen que ver con la calma, la quietud. Una vez que la felicidad deja de ser meta, llega y se va. Pasajera, momentánea. Ilusoria.
4. La memoria es engañosa
Quien me conoce sabe que tengo buena memoria. Mis recuerdos son como pequeñas escenas de una película. Imágenes con lujo de detalle, bañada de experiencias sensoriales, que no se limitan a mi campo visual, ni al campo de lo real. También se adorna de pensamientos, ideas tanto permanentes, como fugaces, además de las distorsiones y rayones del paso de los años ¿A qué me refiero con eso último? Sí, yo sé que hay veces que confundo los tiempos, una anécdota de algo similar, se mimetiza con otra, como al superponer dos imágenes, o grabar algo sobre un cassette usado. Los detalles se pierden, como cuando los VHS se desgastan, se quema la imagen. Un disco rayado que da un salto de pista. O que se queda atorado en un mismo verso, para no concluir jamás la canción. La memoria lo permite. Nos ayuda a re-contarnos, a interpretar lo vivido. A ver de mil maneras. Es así como formamos un laberinto.
5. La contradicción
Del otro lado de la congruencia, la contradicción, a mi parecer, es una de las características más humanas. Por lo tanto, tiene una belleza particular, sobre todo, cuando se aplica sobre lo que uno mismo ya había dado por sentado. Esa oposición a veces funciona como un motor orgánico, lo que mantiene que sigamos andando. Pulsión de vida, pulsión de muerte. Eros y Tánatos. Ese dilema entre una u otra cosa, que alguien te diga “¿quién te entiende?”, que ni tú sepas lo que quieres, la sorpresa de quienes te rodean cuando te atreves por aquello a lo que le das vueltas en tu cabeza, porque sí, es en sentido opuesto a lo que has dicho que te interesa.
6. Ser y Estar
Hermoso regalo de la lengua española, la distinción entre ser y estar. Filosóficamente hablando, ser podría entenderse como un estado permanente, mientras que el estar denota una temporalidad. Por muchos años, mis “estados temporales”definieron mi identidad que la supuse permanente. Hasta llegar a mis treinta años, en donde aunque por fines gramaticales y comunicativos, “soy” muchas cosas, he optado por pensarlas con la apertura que me permite “estar siendo” yo.
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