La siguiente reflexión no tiene que ver tanto con el momento cronológico de cuando comencé el camino por esa red social, sino con el sentimiento que me surgió a partir de noviembre.
En junio, se me ocurrió empezar un canal de Youtube, ya que, al ayudar a mi hermana con el suyo (que por cierto pueden ir a visitar), me recordó lo mucho que disfruto editar videos. Como un músculo entrenado, regresar a la edición fue revelador: lo que bien se aprende, no se olvida. Poco a poco, fui experimentando con las posibilidades de la plataforma, con muchísimos accidentes (si me han visto sabrán a qué me refiero). Empezando con que planeé un video del cual tenía casi todo el material, pero a la mera hora me enfermé y, para que no se me quedara el material, grabé así, como se pudo. Para terminar, con el hecho de que ha permanecido (al momento que escribo estas líneas) en abandono el canal, por motivos de mi embarazo.
En fin.
El canal empezó a tener un despegue que superó mis expectativas (yo pensaba que sólo mis papás me iban a ver, pues ¿quién más quisiera saber de las cosas que comparto?). “Islandia” en el buscador es muy solicitado, ya sea por turismo o por otros motivos, hay mucho interés en internet por el país y la información que se pueda encontrar al respecto. Eso combinado con palabras como vivir”, “estudiar” y “trabajar” son llamativos para los famosos algoritmos, que tejen y manejan el internet de maneras muy burdas. Como una muestra, los números que le habrían costado a mi hermana en conseguir, mi canal los obtuvo bastante rápido y se que, de seguir con la forma en la que estaba llevando el contenido, tendría una audiencia que para mí me resulta abrumadora. Y ya ni qué decir si realmente me dedicara a ello.
Entre las ocurrencias, pensé en un video, cuasi introductorio, como para entrar en materia, hablando de las cosas que opinaba de Islandia. Lo bueno y lo malo. Y pues sólo para añadirle la referencia a la película de Sergio Leone, le añadí lo feo. Como sería un video larguísimo, lo decidí dividir, pues total, así se generaron tres videos de una sola idea (cosa que le agrada a los dichosos algoritmos). De pronto, el video de “lo malo” empezó a tener un despunte de vistas, sobre todo comparado con los otros dos y con el resto del contenido del canal. Esto me desanimó bastante, ya que, he de confesar (si no es que lo he hecho ya de manera pública) son mis videos menos favoritos. Al tiempo que dejé el canal, todavía estaba en una etapa experimental, buscando el tono, el tipo de material y la forma en la que quería hacer La Ísland TV. Probé varios “formatos” (por llamarle de alguna manera), siendo el sentarme y hablar frente a la cámara mi menos favorito de grabar y editar. Y fue así que llegamos a noviembre, en que regresé a este recurso para tratar de retomar el canal, pues tanto el embarazo, la tesis, como el invierno, serían un impedimento para regresar a hacer los videos que sí disfruto hacer. No obstante, entre más vistas juntaban estos tres videos, se dejaban llegar los comentarios y los famosos dislikes. Fue así que entendí algo extraño en el algoritmo, “lo malo” llamó mucho más la atención, pero también ha sido el video con mayor respuesta negativa.
Esta probadita, que la pienso como meter apenas la punta del dedo del pie para calar la temperatura del mar, fui entendiendo cómo se manejan las redes sociales. Otros videos, no han tenido tal suerte, ni para bien, ni para mal pero, a mi manera de ver las cosas, es muy bueno. Ahorita, tengo bien claro el tipo de video que me gustaría hacer. Lo que ya no tengo es tiempo. Pese a todo, les tengo un cariño a esos tres porque me han enseñado varias lecciones ahí, pian pianito. La más grande es que, para no terminar cayendo en el juego de las redes, hay que recordar que se hace esto por el puro goce. Si no hay algún disfrute en crear contenido, mejor dejarlo por la paz. Estos tres videos, no sólo me enseñaron cómo juegan los algoritmos, sino también, la respuesta de la audiencia…
[A continuación daré cuenta de lo acontecido sin lujo de detalles]
Meses después de haber publicado, de saber que había más vistas en estos videos que en otros, de aceptar que así son las cosas en internet y básicamente, estar al pendiente de otros asuntos, me llegó un mensaje en pleno domingo. Alguien, quien dice haber dado con el video por pura coincidencia, no sólo se tomaría la molestia de verlo, sino de ir a mis redes sociales y escribirme para señalar que “algo que dije era fake news”. Ni me acordaba qué dije. Fui a ver el video. Lo vi dos veces, para entender a qué se refería. Esta persona, quien por cierto, sacó a relucir las credenciales, había mal entendido lo que dije en el video. El error era hasta chusco: falta de comprensión, análisis y una pizca de sentido común. El problema también está en que, en estos tiempos de censura, no se puede hablar sin pelos en la lengua. En el video, hablé sin decir lo que realmente quería decir. En palabras menos cantinfleadas: me autocensuré. Aún con todo, no faltan aquellos que se sienten atacados. La anécdota me dejó pensando mucho sobre cómo se consume el contenido en internet y que esa voracidad con la que se hace, provoca que, incluso aquellos que cuentan con sus cargos y profesiones, pequen del pecado de anteponer la víscera de la lógica; las emociones de los argumentos; la envidia, de la gratitud. El canal ni llega a los doscientos y este personaje me escribió como si se tratara del medio más importante de toda Islandia.
En fin. Así es eso llamado Youtube.
Con la experiencia en esta plataforma, que no doy por terminada, me sirvió para calentar motores de los planes que tengo para el próximo año. Espero que, quien me lea, tenga la suficiente curiosidad para saber de qué tratará aquello y de las nuevas aventuras que estaré por documentar.
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