El nuevo integrante de nuestra familia (inquieto, curioso y alegre) se acerca a cumplir casi cuatro meses. Mi transformación, desde el embarazo, hasta el ruedo de la maternidad, ha sido intenso, en tanto que no hay pausas, ni frenos. Se entra a ella como en ese meme del sujeto que avienta al niño al agua (ver video). Pero ante todo: tranquilo. Me siento afortunada de estar en este proceso, tal y como se han dado las cosas, pero, como todo: tiene sus matices. Hoy les quiero compartir un poco sobre mi experiencia aquí en Islandia.
El pan nuestro de cada día
Si había algo que temía que sucediera, era tener que requerir servicios de suma importancia (como el médico), en los que no pudiera comunicarme directamente con las personas. El idioma es una barrera que siempre estará ahí, un tema pendiente. Aunque he aprendido islandés durante estos años y puedo entender lo que se dice sin mucho problema, hay tecnicismos, vocabulario médico que desconozco, o simplemente, por querer entender claro todo, en especial, bajo estas circunstancias lo mejor es poder comunicarme en el idioma domino. Sabía que era un derecho el que me atendiera un especialista en mi lengua materna pero, para mí, con el inglés es suficiente. Aún así, hay muchos momentos de duda, de que se te va la palabra, o la otra persona no sabe cómo decir un término islandés al inglés, que termina siendo un trabalenguas, sobre todo porque lo traducen directamente y se vuelve una suerte de acertijo. Por eso y muchas otras cosas, A. estuvo a mi lado en cada una de las visitas.
Acompañamiento
No sé muy bien cómo es el proceso en otros países. Sé que en México se acude a un ginecólogo, quien está a cargo de todo los pormenores. Acá hay muchas diferencias. La principal es que las visitas de (casi) cada mes son con una partera (midwife). Las parteras en Islandia tienen una educación específica, estudiando una especialidad de enfermería, que se enfoca en el proceso del embarazo. La partera es asignada en el centro médico que uno tiene asignado, pero se puede cambiar si es que no se cumple con las expectativas de la paciente. Mi partera fue justo el tipo de profesional que necesitaba: directa y concisa. Me dio la información que requería en su momento, puntual y sin pelos en la lengua. En Islandia, se presta mucho a que el paciente “dicte” su propio proceso, a mí eso me da mucha desconfianza, porque estoy acostumbrada a que los médicos me orienten de manera directa. Confío en su palabra y, hasta la fecha, ha sido lo más prudente.
Entre mujeres
Otro tema interesante es que, durante el embarazo, hasta el día en que nació mi hijo, las encargadas de todo fueron mujeres. Mi ginecólogo en México es hombre, recomendación de mi hermana, quien tuvo una grata experiencia con él, ya que es un gran profesional de la salud. Él atendió mi problema de ovario poliquístico en su momento y, como realmente me funcionó, seguí acudiendo con él. Para mí, el género del profesional no es tan relevante como sí lo es el trato. Aún con todo y el azar (es decir, sin que yo lo decidiera), ningún hombre me atendió hasta el día del nacimiento, en donde sólo hubo dos (un pediatra y un asistente en el quirófano). Como muchas de las mujeres que me atendieron también han pasado por esto, hay una ventaja, pues todas muestran alto nivel de empatía hacia con una como paciente, lo cual es más que bienvenido. En el centro de las consultas, de la burocracia, de todo lo relacionado con el embarazo, está la mujer, su decisión, y su comodidad, por lo que yo tuve la confianza de que estaba en buenas manos.
Complicaciones
Hubo tres aspectos complicados durante mi embarazo y posteriormente, durante el parto. Lo primero fue que, debido a la genética, tuve diabetes gestacional, mismo que fue monitoreado y controlado sólo, como Whoopi Goldberg, con cambio de hábitos. Me sorprendió que tanto el glucómetro, las tiras, así como el monitoreo estuvieron incluidos dentro de los beneficios sociales por parte del Estado. Es decir, no tuve que pagar el costo real de las cosas. El segundo problema llegó hasta el día del nacimiento. El bebé estaba en una posición poco favorable, lo que prolongó el parto, terminando en cesárea. Si hay algo que pudiera cambiar de toda mi experiencia fue que, tras 28 horas de labor de parto, las parteras todavía se estaban cuestionando si sería mejor optar por la cesárea. La razón es que, al nada más hacer dos ultrasonidos (el primero en la semana 12 y el segundo por ahí del quinto mes) no había ningún dato concreto de la posición del bebé. Es después de un largo proceso (porque ya estaba dilatada) que se optó por revisar bien qué estaba sucediendo y por qué no descendía. Durante todo esto, mi opinión era tomada como ley, pero tampoco estaba en una posición para poder decidir lo mejor ni por mí, ni por el bebé, ni por nada. Esto producto del dolor. Yo ya había pedido que se pasara a la cesárea, antes de cuando se concluyó que sería lo mejor. Si no tuvieran este enfoque (la cesárea como último recurso), mi parto se hubiera reducido quizás por ocho horas (sino es que más). El proceso de recuperación es en otra área del hospital. Ahí nos quedamos dos días y, aunque el trato fue (por lo general) agradable, no es un lugar para poder sanar. A cada rato nos despertaban por un sinfín de cosas. Ni el bebé, ni nosotros podíamos conciliar el sueño sin interrupciones. Pronto regresamos a casa, con lo que resultó lo peor de toda la experiencia. Por la falta de un medicamento después de la cirugía, producto de un descuido de las enfermeras del hospital, terminó en que tuve que aguantar el mayor de los dolores.
Seguimiento
Afortunadamente, en Islandia se considera que es mejor recuperarse en casa y te dan de alta, bajo la supervisión de una partera quien asiste a tu domicilio para checar cómo va tu recuperación, al tiempo en que atiende los primeros cuidados del bebé y que todo, en esos primeros días, sea mucho más llevadero. La partera que nos visitó durante toda una semana fue casi como una hada madrina. Llegó en la peor de las situaciones (yo adolorida por el error del hospital y el bebé llorando) y nos dejó con los motores andando, para continuar de buena forma con los meses que hemos recorrido. Ella nos ayudó con la alimentación, el baño, hasta cortarle sus pequeñitas uñas, así como con quitarme los puntos de la cesárea. Gracias a ella, recuperamos el ánimo tras ese mal trago. Aunado a esto, en mi clínica han seguido, no sólo el chequeo común del bebé, sino también el mío, sobre todo, de la situación de la glucosa. [Cabe señalar, que sólo un chequeo de mi estado de ánimo, por mi cuenta tuve que ir al ginecólogo luego de 3 meses, para corroborar que todo estuviera bien]
Mi experiencia fue bastante tranquila, superando mis propias expectativas (pues yo me imaginaba que sería mucho más pesado).