¿Cómo no te voy a querer, mi alma máter? Que como buena madre regañona me hiciste sufrir por alrededor de diez años (tres años de preparatoria, más cuatro años y medio de Universidad, más el resto de trámites infinitos) todo sea por mi propio bien, pero aún así te quiero. Se te extraña a la distancia, aquellos días que las pasaba de nueve de la mañana a diez de la noche en tus bellas y tediosas instalaciones. Me enorgullece decir que estudié en la UNAM, no tanto lo que estudié, pero más allá de La Universidad, era una meta que tenía contemplada desde niña. Estudiar en Ciudad Universitaria, hacer una tesis, doble palomita en mi lista, cien puntos para Gryffindor por semejante proeza. Y, como mi Universidad es tan bonita, se me ocurrió que A. debía visitarla la primera vez que fue a México. Su visión es un poco distinta a la mía.
No me malinterpreten, le encantó la Universidad, hasta tiene de fondo de pantalla la Biblioteca Central, pero hubo algo, de esas cosas que siempre me quejo, pero que de cierta forma me causa gracia cuando alguien más me lo señala. Como cuando tienes una muletilla y, después de que te corrigen, no puedes dejar de usarla. Ríes, lloras, mueres, ¿qué más se puede hacer?. Todo iba perfecto, quedó impactado con “Las Islas”, la enorme Facultad de Medicina y la comida de la cafetería de Arquitectura. Qué fortuna, me decía, poder comer tacos o chilaquiles todos los días, ¡y tan barato!. Tal vez no sea la mejor opción culinaria de CU, pero no se podía arriesgar en ese momento a que le diera la venganza de Moctezuma, ya estaba el plan de ir a varios lugares, entre ellos Acapulco (donde finalmente se enfermó). En fin, se supone, que iríamos al Espacio Escultórico, nos fuimos caminando desde Ingeniería, pasando por las canchas de frontón, recorrimos el Anexo, cruzamos Ciencias para llegar al sendero verde y de ahí a Polakas, la facultad que me vio crecer.
La primera cosa que me dijo, fue “¿En dónde estamos?”. No sabía en relación de qué me preguntaba. Luego vi lo que veía, los muros rojinegros, la hoz y el martillo. “Llegamos a la Unión Soviética”. Me solté a reír, nunca lo había visto así, para mí se había vuelto algo natural el tener tanta referencia marxista a mi alrededor. Si bien es cierto que la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales no es la más bonita de todo el campus, nunca me había puesto a pensar en que las grisáceas y cuadradas instalaciones, junto con todos los panfletos de los eventos de las diversas comunidades estudiantiles, invitan a pensar que hemos llegado a otro territorio. Al menos ideológicamente. Pasamos de largo y llegamos al espacio escultórico.
La segunda ocasión que fuimos a C.U. fue alrededor de diciembre, por mi calificación de una materia, era la segunda vez que A. pisaba tierra azteca y unamita. Esa vez tuvo el privilegio de ver nuestras bonitas aulas. Un salón del Edificio B (me parece que es el 002 si no me falla la memoria). Una pesada puerta cual búnker, el pizarrón de gis, una televisión ancha, como de los 90’s, colgada en la esquina izquierda, y los pupitres individuales con el sello de la UNAM. Me reía en mis adentros al pensar en lo que me iba a decir. Dicho y hecho. La presunción de que Polakas perteneció en algún momento a la URSS.
Llegó su tercera visita a México. Esta vez, me acompañó varias veces a C.U. a resolver un sinfín de problemas burocráticos. Eventualmente tuvo que hacer frente a la pesadilla de todo unamita, o al menos, la mía: los baños de mi facultad. Con sus escusados inservibles, con la falta de papel higiénico o peor aún, los papeles usados tirados en el piso, la falta de jabón, o los lavamanos descompuestos. Quiero hacer mi debido paréntesis. A veces, no me pasa por la cabeza lo que va a pensar cuando pasan este tipo de cosas. Para mí era lo cotidiano y se me olvida que en su país los baños están limpios y listos para usarse. Que cada cubículo es más bien un cuarto de cemento y no hay quien mire por debajo, o se asome entre los huecos que deja la puerta. Las puertas cierran, los excusados jalan. Hay papel y jabón y los botes son vaciados periódicamente. No me pasa nada de eso por la cabeza, pese a que conozco las comodidades que le son familiares, lo cual me da más risa. Saqué papel de baño que traía por si las moscas y se lo di, se me quedó mirando como diciendo “¿y esto para qué?”. Y ahí va mi explicación: “ Usualmente no hay papel, por eso traigo papel. Antes de otra cosa, fíjate que el excusado sirva, que la puerta cierre y que estén limpios, si no hay jabón, no te preocupes, que yo traigo gel antibacterial”. Se le cae la quijada, lo estaba preparando para la guerra. Ante la urgencia, no me dijo más, tomó el papel y se fue.