Este texto fue publicado originalmente en mi antiguo blog. Me gusta la anécdota y decidí guardarla por su relevancia con Islandia. Disculpen las molestias.
No es de extrañar que la generación de mi abuela no hable inglés. Como muchos otros de su generación, la educación de mi abuela se limitó al segundo año de secundaria.
No era de esperarse algo distinto, ya que, los infortunios de la vida, la inclinaría a tener que trabajar a temprana edad. Sin embargo, la “escuela de la vida” ha sido una gran aliada para ella, puesto que no sólo ha aprendido con duros golpes, además la han convertido en una verdadera maestra de la sabiduría popular, con lo cual, ha adquirido los modismos del pequeño estado que la vió crecer, además del argot mexicano.
Y aquí nos encontramos. En una suerte de “duelo a la mexicana” lingüístico, en el cual mi abuela habla, yo le traduzco a mi novio, mi novio responde y así de vuelta. A decir verdad, dicho arreglo lo hemos tenido con distintas personas, mucho más en México que en Islandia, porque aquí puedo comunicarme en inglés (inclusive con los abuelos de él). Pero, el duelo con mi abuela resulta mucho más gracioso y pintoresco que con otras personas. En primera, porque a ella le encanta hablar. Habla hasta por los codos y, pese a su edad, no se repite a sí misma (a excepción de sus dolencias, de las cuales comparte hasta el más mínimo detalle). Mi abuela goza de una memoria fenomenal, digna de ser materia para USB y hardrives externos. Luego está su personalidad, su vocabulario es a veces extraño, otras grosero, pero siempre chistoso. A veces es complicado traducir, porque mi abuela cuenta toda una historia, sin detenerse a que traduzca. En otras ocasiones, lo complicado es contar el chiste sin que se pierda en la traducción. Y es aquí donde comienza la anécdota, luego de dos párrafos introductorios.
Como todo buen mexicano, lo primero que hacemos al ver a un extranjero es darle de comer cosas picantes, para entonces pasar al tema de hoy: las malas palabras. En mi humilde e ignorante opinión, hablar español para un extranjero debe ser una cosa difícil, por los modismos que existen en los distintos países hispanohablantes. El español que hablamos en México, dentro de las muchas cosas que tiene de peculiar, utiliza “libremente” palabras para significar un sinfín (mejor dicho, un chingo) de cosas, que no tienen sentido si no se explica de dónde provienen. Mi abuela quería entablar una conversación con mi novio, pues le causa curiosidad “el marido de la primogénita”. Y para romper el hielo, lo más fácil que se nos ocurrió fue que le enseñara frases y malas palabras.
Acá debo de hacer una aclaración. En islandés, los insultos no son tomados tan a la ligera como lo hacemos en español o al menos como en México. Mi novio me ha señalado que incluso cierto uso de las palabras, que para nosotros son poca cosa, le parecen en cierto sentido ofensivas. Por poner un ejemplo, en mi familia la palabra “gordo” (en sus variaciones diminutivas, masculinas y femeninas) es utilizada como apodo, o forma “de cariño” para referirnos a distintas personas. Para él, no es nada cariñoso recordarle a alguien algo que, posiblemente, le moleste de su apariencia física. Y no lo había pensado. Vaya, hasta los capos del narco siempre tienen alias, que en ocasiones tiene que ver con algún rasgo físico. Entonces, hablar de las malas palabras que utilizamos en México y que las aprenda a utilizar, puede ser algo insólito para él, puesto que tiene que dejarlas de ver como un insulto y más como una forma colorida de comunicarse (aunque siga siendo un insulto).
Entonces, hablar de las malas palabras que utilizamos en México, y que las aprenda a utilizar, puede ser algo insólito para él, puesto que tiene que dejarlas de ver como un insulto y más como una forma colorida de comunicarse (aunque siga siendo un insulto).
Mi abuela empezó con las múltiples formas de utilizar la palabra chingar, de todo aquello que Octavio Paz ya ha escrito. Luego siguió con la frase “a huevo”, que por alguna razón, viniendo de ella, nos hace carcajear. Y luego llegaron las otras frases. Esas que sólo las he escuchado por ella y que las saca como un as bajo la manga. “Eres más pendejo que el burro que tumbó a la virgen”, y acá hay que explicar todo lo que eso conlleva, para que no se pierda en la traducción. Estábamos risa y risa, con mi novio repitiendo lo que le decíamos que dijera. “Bien que entiende lo que le digo, si no, no se reiría” decía mi abuela. Al principio pensé que le podría incomodar la situación, pero conociéndolo, sabía que no le daba mayor importancia. Como ya lo he mencionado en otras ocasiones, a veces parece que ni atención le presta. Ya entrados en calor, pasamos al “No mames”, mi primo comenzó tratando de explicarle. Al final, fue la inocente de mi hermana la que terminó dando una cátedra de la expresión.Todos le entramos al juego de explicarle al extranjero las miles de frases vulgares que existen. ¿Qué pedo?, pinche, puto, chido, ... todas ellas pasaron por la conversación.
Mi abuela estaba feliz.
Días después, tenía que ir a Ciudad Universitaria. Tomaríamos la Línea Verde en algún punto y de ahí para metro Universidad. De regreso, pasaríamos a una pizzería que se localiza en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo. Le estaba comentando a mi novio el plan. Luego, sonriendo, me dice: “Entonces nos bajamos en Miguel Ángel de Quépedo”. Solté la carcajada. Le comenté a mi familia y la reacción fue la misma.