Este texto tal vez expire el día de mañana, como todas las noticias en este tema. En la -creo yo- mal llamada “era de la información”, hay tantos datos que cambian cada día y se que se esparcen muchísimo más rápido que el virus. No me voy a aventurar a dar datos de los infectados, pues esta cifra seguramente cambiará a lo largo del día, pero les puedo asegurar que cada vez se acerca más a los 200. Acá no vengo a hablarles de cosas que no sé, sino de la percepción que he tenido en todo esto, desde este lado del mundo.
Desde que empezó el virus en Wuhan, las noticias islandesas, como en otros lados, empezaban a darle más y más espacios conforme la, entonces, epidemia se esparcía en territorio chino. Tal vez la lejanía, tal vez las pocas probabilidades de muerte, o tal vez la ignorancia, hacían del escenario uno casual, el de seguir con tu vida, si acaso era tema de conversación entre “hoy nevó” y “¿qué vas a hacer el fin de semana?”. De pronto, ¡oh sorpresa! Italia comienza a tener un brote que se esparció como fuego en pasto seco, lo suficientemente rápido para contagiar a varios pasajeros de un vuelo con destino a la pequeña isla. Y ahí, la historia fue diferente.
Semana tras semana, desde el primer caso anunciado, hemos ido presenciando cómo el número de infectados y personas en cuarentena va en ascenso y con ello, las medidas del gobierno, que desde enero, ya empezaba a considerar si cerrar el país sería conveniente. Sin pruebas ni estadísticas, puedo decir que la semana anterior, todo parecía seguir su curso con normalidad. Pero, poco a poco, se escuchaban los preparativos. El de prepararse a trabajar remotamente, la cancelación del paro del hospital por una huelga de los trabajadores del estado por el coronavirus… aún todo en calma y orden. Salvo las compras de gel antibacterial, del cual no queda rastro por ninguna tienda.
El jueves, recibí un mensaje de mis cursos de islandés. La clase, que se suponía empezaría el martes de la siguiente semana, se recorrería dos semanas más. Ya sospechaba que se acercaba la ola. Recordé el 2009, estaba todavía en la prepa, casi final del año académico, con entregas por todos lados. Tareas y más tareas. Y en particular, mi clase de Literatura Universal, quién nos había anunciado un terrible examen final, de aquellos que tienes que escribir cuartillas y cuartillas para fundamentar tu respuesta. Y de pronto, la disposición del gobierno: cierre de escuelas, cierre de todo. Mi hermana y yo pasamos los días sin salir, llegamos al cumpleaños de ella, sin festejar (cosa rara para ella que siempre ha sido muy festejada). Y el examen de Literatura, fue enviado por correo electrónico. Tal vez sea la experiencia de la famosa influenza H1N1, la que dejó secuelas en mi cabeza de cómo prepararnos. Quedarnos en casa. Salir sólo si es necesario. Lavarnos las manos... pero ya no teníamos jabón.
Ese mismo día, iríamos al famoso y único Costco de Islandia a comprar jabón, ya que si vamos en fin de semana, hay un mar de gente que nos abruma y preferimos no comprar nada, por no querer hacer fila. Y ahí lo vi, el pánico, en su forma física. El que se concentra en lo pachoncito y resistente. La compra masiva de papel de baño. Ahí va una señora con su carrito de dos paquetes de como cuarenta rollos y una red de naranjas. Otro con toda la despensa y sus dos paquetes de papel, y en las filas se asoman los rollos en cada carrito, como si estuvieran en oferta. El ver el tamaño de las filas nos hizo desistir y comprar el jabón en otro lado.
Llegamos a otra tienda, lejos del Costco. Y ahí la noticia era la misma. No pude parar de reír. La gente arrasó con la estantería de papel de baño, y por alguna extraña razón, el jabón Palmolive… sólo el Palmolive. Tenía que tomarle foto por supuesto, no por nada me gradué de Comunicación. Se acababa la harina y la levadura, pero en el resto de los anaqueles había bonanza. Casi intactas las latas, las carnes, las verduras y las frutas. Evidentemente, las autoridades han notado este patrón de la gente y han hecho un llamado a la sociedad en no hacer compras ridículas, ya que se cuentan con suficiente producto en el inventario. Por otra parte, los gimnasios han cerrado, pues son un centro de contagio. Poco a poco, el mensaje va siendo claro: quédese en casa.
Ayer la noticia cambiaría un poco más el panorama. Las autoridades sanitarias en su mensaje sobre la situación, anunciaron que a partir del domingo a la medianoche, las disposición a tomar fue el llamado DISTANCIAMIENTO SOCIAL. Pocas horas de dicho pronunciamiento, ya me llegaba el mensaje de mis clases de islandés que la clase sería impartida por internet. A. trabajará las siguientes semanas desde casa y, dado que estoy trabajando en un sitio en el que no puedo dejar de ir, será la única actividad que yo realice fuera de casa. Aún no creo que la gente entre en pánico total, supongo que las autoridades están evitando a toda costa que esto suceda. Pero tampoco creo ver que la gente tome las medidas con lógica y cautela. Nada menos que hoy, en una tienda, veía que están a disposición de la gente guantes de látex, los cuales los tiran al piso después de usarlos.