Considerando el tamaño y las proporciones geográficas, no cabe duda que Islandia tiene espectáculos naturales por montones. Los glaciares, los lagos, las auroras boreales, los paisajes… todo en sus 103 000 km² de isla. Pero, estarán ustedes de acuerdo que hay ciertos espectáculos que son más anunciados que otros. Por ejemplo, las auroras boreales son de las atracciones más llamativas de Islandia, las cuales incluso, forman parte de las características peculiares de algunos de los aviones de la aerolínea Icelandair.
Sin embargo, hace unas semanas me topé con un espectáculo más, que por cierto es gratis (en un lugar con los precios tan elevados, es digno de agradecerse): los arcoíris.
Tal vez yo soy súper ingenua y a ustedes les parezca una bobada ir hasta a Islandia para ver un arcoíris. Sí que lo es, no se los recomiendo. Pero si ya están entrados a ver los géiseres, andar a caballo o cualquier cosa que les traiga por estos lares, me parece pertinente mencionarles que, con un poco de lluvia, unos rayitos de sol y un poco de suerte, pueden encontrarse frente a las veredas coloridas.
Para ellos Bifrost, para nosotros Ix Chel. Para todos una bonita foto de Instagram. La mala jugada es que nunca he estado con el equipo adecuado para capturar la belleza de ese respiro que hay entre los cinco minutos de lluvia y sus subsecuentes cinco minutos de sol. Pero aquí está mi mejor intento por capturarlas
Me ponen de buenas el verlas. Algunas chuecas, mal hechas. Unas que se nublan, se desdibujan y se van y otras con una curvatura digna de un monumento. Las hay dobles y las hay rotas. Recuerdo haber visto una en mi jardín de niños, tal vez sea la primera que yo viese. Apareció entre las nubes y de pronto, se esfumó. Tallé mis ojos, esperando que con eso pudiera verle de nuevo, como si se tratara de un espejismo. Pero él tenía prisa y siguió su camino. Desde entonces mi fascinación, mis dibujos de la infancia lo atestiguan, con soles portando lentes de sol y nubes felices con su cola de arcoíris. Pese a que sus visitas no eran frecuentes, el encuentro era un tesoro en sí mismo, tierra onírica.