¿Por qué ya no saltas, Geysir?

Geysir

Geysir observa a Strokkur, pasivo y humeante. Mantienen sus distancias. Uno, estoico, el otro, festivo y ruidoso. Geysir, quien pareciera celoso de la fama de su vecino, espera deseoso de volver a las andanzas por las que en su pasado fuera conocido. Sus grandes saltos, su gigante presencia. Strokkur apenas alcanza los quince metros. Se dice que Geysir llegó a los 170, pero era más habitual sus 60 metros de altura.

Si uno se acerca a Geysir, a una distancia prudente claro está, Geysir gusta de narrar sus desventuras. Nació entre terremotos y erupciones volcánicas en el valle de Haukadalur. Se cree que desde hace 10,000 años esa zona tiene actividad, aunque a Geysir le fallan ya las cuentas. La naturaleza y, en particular los terremotos, han sido los que le han ido cambiando su estructura.

Por lo tanto, no siempre ha tenido la misma actividad, pero, ¿quién podría tener la energía de soportar tantos males?

Con el paso de los años y de los siglos, Geysir ha visto a la humanidad desarrollarse. Esas criaturas que, como yo, pasamos para verle, no siempre han tenido las mismas intenciones. Como prueba el año de 1935, en el que al tratar de cavar un canal artificial por su respiradero, Geysir se atiborró de sílice, dejándolo callado e inmóvil por varios años. Entonces Geysir se dio cuenta del poderío humano. Esas criaturas que fascinadas lo veían, llegaban a contarle cosas, a observar y venerarlo, se habían convertido en seres que podrían, incluso, provocarle el mismo daño que un espantoso temblor. En los años ochenta las criaturas descubrieron que podían obligarlo a aparecer, a saltar de nuevo, utilizando jabón. Geysir era obstinado, pensaba que su salto debía de respetarse, de conservarse. Y, para los noventas, tal vez por advertencias de los ecologistas, o de alguien que escuchó sus plegarias, lo de dejaron, por fin, en paz.

Con el paso de los años y de los siglos, Geysir ha visto a la humanidad desarrollarse. Esas criaturas que, como yo, pasamos para verle, no siempre han tenido las mismas intenciones.

Geysir estaba contento, jocoso. No le molestaban las crecientes visitas, ni los disturbios que éstas ocasionaban. Por eso, de cuando en cuando, festejaba. Saltaba, salpicando todo aquello ¡Ten cuidado, turista imbécil, mantén tu distancia! se decían entre sí los expectantes. Geysir hervía, chorreaba, con sus setenta metros de altura. Pero, los locales le forzaron una erupción de nuevo. Ahora no sólo era Geysir quién cargaba discordias, era ella, la Madre naturaleza, que de un golpe, azotó nuevamente la Tierra. “Quiero que saltes, que lo hagas con toda tu fuerza. Quiero que les enseñes de lo que eres capaz. Te he creado para que te teman, para que huyan. Y sin embargo, ahora son más intrépidos. Pareciera que nada los detiene...ni siquiera tú”. Geysir saltó, alcanzó los 120 metros de altura. Eso llamó a más y más visitantes. El público le pedía, a pedradas, que saltara, que lo hiciera frecuentemente y bien alto. Por lo que, poco a poco, Geysir se daba cuenta de que sus intentos eran ya inútiles...

Y así, en el 2003, Geysir se cansó.

Strokkur vuelve a saltar, la gente aclama. Ahora, la fama que había ganado Geysir con los años y los siglos, la tiene su no tan alejada camarada, a quien etiquetan en fotos de Instagram con su nombre. Hay quienes teorizan sobre lo que ha pasado con el Gran Geysir, quienes suponen que algún día volverá a brincar alto, tan alto como le es posible. Pero no entienden qué lo ha apagado. Incluso hay sospechas de que sus calderas están de cierta forma dañadas y que jamás volverá a brincar, a menos de que llegue otro temblor o algo que lo energice de nuevo.

Si visitas a Geysir, mantén tu distancia, deja tu cámara a un lado, escucha y recuerda que su enojo no responde a un por qué, sino a un por quién.

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