Este artículo es un pretexto para compartirles las fotos que tomé en una ida espontánea hacia la nada. Todo empezó tras un dolor de espalda, el cual se podría explicar por la propia cuarentena, entre estar sentada por un tiempo prolongado o el tratar de ejercitarme en casa y hacer un movimiento brusco. No es la primera vez que me pasa, y tras un reposo, decidimos ir en el carro a un lugar aislado para caminar. En Islandia, a diferencia de la conglomerada Ciudad de México, encontrar un rinconcito para caminar bajo la “sana distancia” es relativamente fácil.
La última semana de abril empezó a sentirse la llegada del verano, las calles, antes desoladas, ahora se empiezan a llenar de gente que sale a correr, de los niños que se pasean en bicicleta y aquellos que necesitan un poco de aire. Y ya para el lunes, los negocios abrieron con medidas más laxas. IKEA abrió sus puertas normalmente. Los niños regresaron a las aulas… para volverse a confinar tras una huelga de los trabajadores. La normalidad es todavía lejana, pero tal vez se aproxima. O eso esperamos todos. Las noticias islandesas dan cuenta de los nuevos estudios que se esperan hacer sobre el virus, al parecer quieren saber si es que existe la inmunidad de grupo. Por lo que a nosotros respecta, seguimos tomando las medidas preventivas, por lo menos hasta conocer el rumbo que sigue tomando la pandemia.
Regresando al viaje esporádico, vi un letrero de un motel, el cual jamás había visto. Quizás por la penumbra, quizás por la nieve, quizás porque no le había puesto atención. Pasamos rápido, y no pude tomarle una foto, así que decidimos repetir el viaje, pues la caminada en la nada le hizo bien a mi espalda, pero esta vez con el equipo listo para las fotos. El camino es rumbo a Reykjanes, lugar que recientemente reportó actividad volcánica y varios temblores. Parte de su atractivo turístico es que ahí se separan las placas tectónicas de Europa y América, de las que en otra ocasión espero escribirles. Esta vez son sólo fotos del camino, de las vistas, y el cambio repentino que Islandia tiene una vez que la nieve (y la oscuridad) se alejan.
Pese a que el sol calienta lo suficiente, al pie de la montaña, las ráfagas de viento son frías, enrojecen las manos y la nariz. A esto le llaman verano. En medio de la nada, como era de esperarse no hay nadie, si acaso aquel hombre que pesca en el lago.
Como dato curioso, pasamos por NASKEF, en donde hay varios hoteles y servicios de renta de autos, A. solía trabajar en uno de ellos. El diminuto pueblito, parece abandonado, entre la falta de turistas y estudiantes de la Universidad de la localidad. La ciudad fantasma duerme con sus veintenas de carros estacionados sin placas (por aquello de no pagar el impuesto pertinente durante esta pandemia). De vuelta a Reykjavik, logré tomarle la foto que quería a la señal de Motel.