Barnafoss o La Cascada de los Niños

Barnafoss

Para romper un poco la dinámica del sitio, hoy les traigo una historia sobre un lugar que pueden visitar en Islandia. Más allá de las paradas del círculo dorado, Islandia tiene muchas tantas atracciones naturales. Esta es una de las muchas cascadas que ver. Pero sobre todo, hoy les quiero contar la historia de Barnafoss, o la “Cascada de los niños”. No, no es un lugar para los infantes, por el contrario. Pero mejor, acompáñenme en los siguientes renglones para conocer esta triste historia.

Un arco de piedra atravesaba la cascada. Iracundas, las aguas infernales que se desplazan con violencia entre las rocas, ocultan desdichas. La nieve vestía al suelo y los pequeños arbustos, que en esa época son más bien ramas, y la neblina glaciar cubría las montañas que se pintan en la lejanía.

Por aquellos lares, vivía una familia en su granja, de la cual cuentan, gozaban de una vida próspera, una rareza para esos tiempos. Una madre y sus dos hijos. Ella, mujer viuda desde hace algunos años, deseaba atender la misa decembrina, a la que asistirían todos los vecinos, dejando a las criaturas en la casa unas horas, confiando que obedecerían su mandato. Ingenuidad o descuido.

Había pasado poco tiempo. Los niños, con la picardía de la inocencia y la cantaleta del aburrimiento, decidieron salir a la aventura. Pese a la advertencia de su madre, siguieron la procesión que se dirigía al templo. No obstante, en la ocurrencia de quien tiene pocos años, tomaron un camino que consideraban efectivo, sin pensar en el peligro del que serían presas. Cruzaron por el arco, el cual era en extremo angosto. Al observar la agresividad de los rápidos, los niños titubearon. “Sería mejor que regresáramos a casa” dijo uno, a quien poco podía escucharle su hermano, debido a la furia de la cascada. “Falta muy poco, ¡vamos!” dijo el mayor, tomándole de la mano, para afianzar el valor que requería la hazaña.

Dieron los primeros pasos en el puente que la naturaleza proveía, tratando de pisar, cada uno, con firmeza. Al avanzar, desafiando toda regla, los niños, ahora entusiasmados, relajaron los cuidados. A la mitad del camino, en medio del arco, llegó el tropiezo. Miraron las aguas infernales, sacudiendo todo con su estruendoso paso. Del terror y del asombro, ambos tambalearon. Cuesta abajo.

Ni siquiera se escuchó su caída. Las aguas ahogaron todo en ese instante.

Algunas horas habían pasado. El gentío, ya de vuelta, al calor de sus moradas, se percataron del par de ausencias. Un rugido cimbró el cielo, el de la desesperanza de la madre, ordenando a toda alma colindante, que la auxiliaran en la búsqueda de sus hijos. Extraviados, sin huella alguna. La búsqueda en el vacío. De la muchedumbre, una voz cortada, del testigo de los infortunios “¡Cayeron al abismo! Tiempo me faltó para salvarles”. La furia de la madre consternó a todo el pueblo, quienes se apiadaron con su duelo, concediéndole su orden contundente. Derribar el arco. Sin dejar evidencia alguna. Como si al hacerlo, la cascada pudiera sentir el daño que le ha causado. Como si al despedazarla, pudiera reconstruirse. Como si pudiera volver, cuando nunca debió haber ido.

“Recompensa, a la parroquia que encuentre el cuerpo de mis niños. Le daré una parte de mis tierras. Y, a aquella que desee enterrarlos, alejados de las aguas que me los han arrebatado, les cumpliré, el doble de lo anteriormente estipulado”. Hoy en día, se dice, que los niños fueron encontrados en Reykholt, y que ahí mismo fueron sepultados. De la cascada, no sólo falta un arco, también ha sido renombrada a la memoria, Barnafoss, o la Cascada de los niños.

Fin

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