Pocas veces escribo en este medio sobre las dificultades que he enfrentado durante mi proceso migratorio. En un espacio abierto a una audiencia desconocida, con las características que tiene el internet, no sé a qué lector me estoy enfrentando. Ya de por sí, a quien normalmente me dirijo (mi familia), suelen interpretar de distinta forma las intenciones de lo que escribo. Cuando recién empecé el blog, tenía como intención documentar este tránsito que ya suponía, sería vertiginoso. Pero dejé las quejas, los malos tragos y la frustración para las sesiones de terapia. No sirvió de mucho…
Escribir (al menos para mí) es un tipo de terapia que, además de lo barato, me permite indagar hasta las entrañas de mis pensamientos. Releer lo que he escrito acá es una acceso exclusivo a todo aquello que fui, que soy y la potencialidad de lo que seré. Mayo corría con la naturalidad del tiempo. Reintegrarme a todas mis actividades, después de México, de una pandemia que me mantuvo en casa, me mostraría el tedio de la sociedad. Había decidido, a partir de la terapia, que enfocarme en la Maestría era lo adecuado para ese momento, poniéndole pausa a mi aprendizaje del islandés. Mayo me demostraría cuán equivocada estaba. Escoger la conveniencia por el goce. Pensaba que ya había quedado esa lección aprendida. Pero la terapeuta lo cuestionaba, “¿no te complicas?”.
¿Cómo explicar lo complicado del asunto a quien no comparte la experiencia? A punto de terminar el semestre, con la yugular llena de ensayos por entregar, quise dar mi todo. Esforzarme simplemente porque ya sería lo último. Además, trataba de encontrar otro trabajo, nada malo con el mío, salvo que no es en el campo de mi formación. Un último esfuerzo, pensaba, qué más da. Me entusiasmé con la academia, encontré un refugio en la Universidad. Al poco tiempo, como dice Emmanuel “todo se derrumbó”.
UNA NOTA CONTEXTUAL
Una de las canciones que más disfruto escuchar [sobre todo cuando ando de “azotada” sufrida] es Hope is a dangerous thing for a woman like me to havebut I have it de la mismísima diosa Lana del Rey. Hace poco, por medio de las tonterías que veo en internet, caí en cuenta que no mucha gente le pone atención a las letras de las canciones. Rareza, pues para mí es crucial, en especial, para saber si me gusta o no una canción. En fin. Lo mejor de la canción es que no tengo que explicarla más que el título: “La esperanza es algo peligroso para una mujer como yo, pero la tengo”. Que es una manera de decir “la esperanza es lo último que muere”. Pero Del Rey, al decir “una mujer como yo”, sazona el verso con la potencia necesaria para que el golpe llegue hasta el alma. ¿Quién es esa mujer como ella? A lo largo de la canción parece describirla. Una mujer desesperanzada, melancólica, depresiva, comparándose con Sylvia Plath, sobre todo, en una línea que expresa: “Ellos escriben que estoy feliz, saben que no es cierto, pero en el mejor de los casos, puedes ver que no estoy triste”. Entonces, la esperanza es peligrosa en sí misma. Un acto circular. Y lo remata diciendo: “Pero la tengo”.
Regresando…
La academia me había dado ese rayito de esperanza. Para una mujer como yo [muy lejos de la definición de sí misma de Lana Del Rey] migrante, en una sociedad que pareciera poner cada vez más trabas para que uno logre hacerse de sus cosas (interprétese como quiera que sea eso), encontrar esperanza de aspirar a eso, no sólo es peligroso, es malvado. No quisiera ahondar en los detalles, quién lo sabe lo sabe, pero ser migrante es tener que probar mil veces quién eres. Muchísimo más viniendo de dónde vengo, aunque sé que todavía hay más trabas para quienes llegan acá por otro tipo de motivos. Quienes migramos sabemos que el esfuerzo es siempre el triple (o el cuádruple) y las recompensas pueden nunca llegar a nuestras manos. La esperanza de que se puede alcanzar, de que se puede lograr aquello que se desea, no es peligrosa, es perjudicial, si se administra de mala manera.
En mayo la perdí. Porque los esfuerzos me habían consumido.
Pero la tengo.
De vuelta
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