Doce lecciones del 2020

2021

Antes que otra cosa ¡Feliz Año nuevo! Les deseo un 2021 de cosas mejores y, nunca está demás, desearles salud. Llevo poco más de un año viviendo en Islandia, ya incluso volví a solicitar mi segundo permiso de residencia y aún siento que recién llegué. Sigo encontrando lugares por visitar, comida por comer, y cosas que hacer, que no he hecho por la situación de la pandemia. Es algo bastante extraño, vivir en un lugar del que conoces poco en persona, pese a estar ahí. Pero bueno, ya habrá un momento adecuado para ello. Por lo mientras, al estar pensando en este nuevo año y lo que tengo que hacer, se me ocurrió escribir doce lecciones que aprendí en el 2020 viviendo en Islandia. La verdad es que tras escribirlas me quedé pensando que el nivel de densidad en este texto es alto, comparado con la liviandad con la que suelo escribir aquí. Peeeeeero, ya lo compensaré la próxima semana con un tema más digerible 😂. Disculpen las molestias.

1. La distancia es cruel

En este año de la sonada #sanadistancia, me parece que entender las relaciones y su componente geográfico, fueron una de las cosas que se me hicieron de los más aleccionador. En mi caso, la presencia no ha sido realmente un requerimiento, H. quién es prácticamente mi hermano, sabrá que, desde niños, pasábamos horas y horas en el teléfono (gracias Slim) usando la gratuidad de la larga distancia. Con el avance tecnológico, y las posibilidades de la videollamada, la distancia era sólo una excusa realmente. A. y yo pasamos 2 años de nuestra relación así. Y claro que era difícil, pero no lo más difícil, tal vez por la esperanza de que nos volveríamos a ver. Aún con todo, en 2020, la distancia volvió a ser tema en mi vida, recordándome que en la elección de ser migrante siempre, SIEMPRE, será una de las partes más difícil del proceso.

2. No sabes lo que pides, hasta que lo tienes

El dicho es “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, pero este año, anhelaba ciertas cosas en particular, cuando dichas cosas sucedieron, me di cuenta que no sabía lo que todo eso implicaba. Y eso que quería en particular, no necesariamente era lo que esperaba tener. ¿Qué me dejó eso? Tal vez ser más consciente de mis idealizaciones y chaquetas mentales 🤷🏽‍♀️.

3. Nunca terminas de conocer a nadie

Conocí una persona con la que compartí muchas cosas, y al mismo tiempo, no las suficientes para saber realmente cómo era.

4. El privilegio nubla el pensamiento

Durante la pandemia he oído/leído conversaciones de personas que, teniendo todas las comodidades para lidiar con lo que estamos atravesando, se quejan como si sus circunstancias particulares realmente fueran un caos. Y lo más peculiar es que la queja es en función de cosas que dejan de hacer (como por ejemplo, ir de fiesta) por estar relativamente bien. Quejas de que la vida se ha entorpecido, cuando realmente no se han visto afectados por nada. Y creo que, a veces, la posición en la que estamos (cualquiera que esta sea, he de decir) nos impide ver la realidad de los demás.

5. La estupidez es humana y universal

Tal vez esto sea obvio. Pero quería decirles esto. En una plática por ahí de junio, cuando no llegaba esta segunda gran ola (o tercera), alguien me preguntaba que cómo estaban las cosas en México con respecto al coronavirus. A mí me dan cuerda y me desenrollo. Y les dije, con santo y seña, los pormenores de la pandemia, los aciertos y desaciertos, y, en particular, que la gente no estaba haciendo caso a las medidas. Y me dijo “¡Ah, pues como los islandeses!”. Y pues sí, en ese entonces, era común escuchar que la gente no entendía, que seguían con su vida normal, que hacían fiestas, que se reunían… Cuando me preguntan mis amigos y familiares en México, de la misma forma me contestan “¡cómo los mexicanos!”. No sé, Rick, pero se me hace que la estupidez no es un constructo cultural.

6. Ser migrante

Esto es algo muy complicado. Hay gente que, luego de muchos años de vivir fuera de su país natal, se siente parte del lugar y hay quienes nunca dejan de añorar sus raíces. A casi cinco años de vivir fuera de México, me siento contenta de ser migrante. Y esa aceptación es extraña, porque como bien dicen muchos “de pronto eres extranjero en tu propio país”. Cada que vuelvo a México, y sobre todo a la Ciudad, muchas cosas cambian, la vida no es estática, y con el tiempo desconozco más y más mis rumbos. Estar aquí, en Islandia, como migrante ha sido también un poco raro. Hay momentos en los que me sorprende lo mucho que he asimilado ciertas cosas que antes me parecían rarísimas ¡Incluso ya no percibo el azufre en el agua! Pero aún me queda pendiente si de verdad podré asimilar una cultura que sigue siendo un acertijo para mí.

7. El presente

Al no poder planear absolutamente nada, ante las cosas que se fueron desenvolviendo durante el año, el 2020 fue un año de vivir al día. Honestamente, yo no puedo vivir mucho así, tengo la mala costumbre de planear hasta la hora en la que me duermo. Y por eso merecía un lugar en esta lista.

8. La terapia es dura

En mi familia decir “ve a terapia” es la recomendación lógica para cualquier cosa. Es el Windex (si han visto Casarse está en griego, me entenderán) de nosotros. Y curiosamente, yo no lo había hecho. Este año se prestó para emprender mi camino de los enredos psicoanalíticos, con lo cual entendí que el problema no es ir, sino quedarse (ya ni decir de terminar). Esto es para quien sea que yo le recomendara ir a terapia: no sólo ve, quédate. Deja que pasen seis meses. Se pone bueno.

9. La comparaciones

Es natural hacer comparaciones. Pero, creo que a veces es injusta la métrica. Sobre todo por los distintos contextos. Aquí estoy hablando de comparar Islandia y México, pero pueden tomarlo para cualquier otra cosa. Un día, por ahí cuando estaba cambiando el diseño del sitio, me di cuenta que me era difícil comparar ambos países, cada vez que conocía más y más el contexto islandés. Ese día pensé que lo más sensato era tratar de entender al país en sí mismo, e incluso, lo comenté en algún texto. No significa que he dejado de hacerlo, pero me he beneficiado mucho más de entender esas diferencias.

10. “A pesar de…”

Junto con lo que he descrito anteriormente, muchas veces al comparar, al ver las diferencias, me he encontrado con muchas similitudes. Y en esas cosas que hay en común, he pensado en por qué es, entonces, tan distinto en la superficie. La frase “a pesar de” engloba muchas de mis respuestas.

11. El silencio y la evasión

Creo, sin tener algún dato a la mano, ni alguna estadística, que el silencio en México incomoda bastante. “El que calla otorga” dice la expresión popular. Pero, ¿qué pasa cuando callas para dejarlo pasar?, ¿qué se hace cuando, al no decir nada, no niegas ni aceptas nada? Ya sé, “¿eso qué tiene que ver con Islandia?” me preguntarán. Simplemente, he notado que, hay maneras de entender y resolver los conflictos que me son ajenas, el silencio y la evasión son dos que he asociado con el carácter de los islandeses.

12. El invierno

En este punto el clima parece ser el hilo conductor de muchas cosas que escribo. Y es que la vida aquí a veces es así. Dependes del clima. En especial, anímicamente. Cuando conocí a A., y he de decir, muchas de las personas que conozco aquí, hablan del clima como expertos. Se mueven por la vida en sus chamarritas delgaditas, que “porque ya están acostumbrados”. Uno sale y empieza el titiritero, tratas de brincar o moverte mucho para agarrar calor, y no falta quien te dice, en tono burlón e incrédulo “¿tienes frío?”. OBVIAMENTE TENGO FRÍO. Y sí, hay cierta parte de tu cuerpo que se acostumbra al frío o al calor, según sea el caso, pero… ¿al invierno? ¿Te puedes acostumbrar al invierno? No. No tengo pruebas, señor juez, pero no me queda la menor duda de que nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, se acostumbra a vivir bajo estas condiciones. Sobre todo la falta de luz. Este año no ha nevado realmente en la zona céntrica. Se derritió tan pronto como vino, como si le diera fobia las canciones de Michael Bublé en la radio. La nieve hace que se ilumine un poco el panorama y pues ni eso tuvimos en 2020. Es muy común ver, a la gente bostece y bostece. Peor aún, ver a los niños cansados a las 4 de la tarde… Ojalá normalicen aceptar que el invierno es una verdadera joda, que no es de valientes, y que tiene consecuencias sociales graves.

¡Feliz 2021!

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