En otro episodio de mis teorías sobre la mexicanidad, hoy les traigo el capítulo “Los mexicanos somos negativos por naturaleza”.
Recién se ha publicado unos datos que afirman que los mexicanos estamos entre las sociedades más infelices del mundo. No es gratuito, pues la inseguridad, los homicidios diarios, la precariedad económica... y otras tantas cosas, pueden influir en tan lamentables resultados.
Ahora, no sé qué tan cierto sea, pero, en el contexto que me rodea, las malas noticias proliferan. A ver… es México, a eso súmale las tragedias individuales. En mi familia, pareciera ser una especie de maldición. Entre enfermedades y otros infortunios, no puedo responder a un "¿cómo estás? " honestamente con un “bien”, pero me ahorra tiempo. Y, en los últimos años, mis problemas personales han girado en torno a mi estatus migratorio. Sí, he tenido de problemas, muchísimos. Por eso, uno de los recursos que me ayudan a mantenerme a flote y a no perder mucho la cabeza, es contárselo a alguien. Al final del día, soy un ser narrativo. Tras sacarlo de mi sistema, el problema ya no es sólo mío y el mundo entero está ahí, al menos expectante, para resolverlo, o por lo menos, para ver cómo me lleva la c...vida.
Pero, la diferencia a notar aquí es lo que sucede si el oyente es islandés o mexicano.
Cuando les cuento mis mil desgracias a mis amigos mexicanos, sus reacciones son de horror y desconcierto. A veces de consejos, seguido de su enojo empático. La mayoría de las veces, es confiarme sus propias desgracias y juntos nos ahogamos con las penas ya dichas al aire, que revolotean como aves de mal agüero. Ni modo, "aquí nos tocó vivir" dicen.
Pero, si mi oyente es islandés, sacan un arma que desconozco, pero me suena familiar. He de admitir que existe en México, pero no suele ser la respuesta inmediata, sirve más como un consuelo final. Þetta reddast. “Todo se arreglará”. Una suerte de “‘échale ganas” mezclado con “hakuna matata”. ¿Qué es esto que siento? ¿Es acaso la tibia caricia de la esperanza? ¡No!, lo rechazo, ¡llévenlo de vuelta.!¿Qué no ven de dónde vengo?
Sí, me puedo reír de la muerte, pero ella me sigue aterrando. No, no pueden las cosas estar bien, ni solucionarse mágicamente.
Þetta reddast. “Todo se arreglará”. Una suerte de “‘échale ganas” mezclado con “hakuna matata”.
Según Umberto Eco pertenezco a esos apocalípticos, los que vemos el vaso medio vacío. ¡Qué va!, no sólo está medio vacío, hasta reconozco que el líquido ni es agua, ni es bebible, así que te quedas con nada. Peor aún, con sed.
Dimensión, gente.
Y, entiendo que usualmente el CONTEXTO, haga que la gente en Islandia genuinamente encuentre una forma de resolver las cosas, que Þetta reddast es posible. Incluso con el clima poco domesticable y su tosca geografía, existe la posibilidad. Sin embargo, es más una forma de pensamiento mágico, digo, al final de cuentas, estamos en la tierra donde habitan las hadas y los elfos.
Vamos con mi anécdota del día. Uno de mis vía crucis fue el obtener el permiso de residencia sueco. Por azares del destino, solicité dicho permiso en el año en que empeoró la crisis migratoria de refugiados en Europa y, por supuesto, eso impactó a Suecia. Como medida urgente tuvieron que priorizar el proceso de los refugiados, delegando los permisos de otras índoles, como el mío. Lo que en algunos lados se anunciaba como un proceso de 6 meses, tardó 14 meses (que a decir verdad, en la embajada me habían advertido que tardaría bastante). Y en lo que se regularizaban las cosas (desconozco si es que ya se han normalizado), había poca información y mucha incertidumbre. Internet era de dudosa ayuda, pues muchos de los casos compartidos relataban las peores desgracias, los que se anunciaban como presagios. Me uní a un grupo de Facebook de gente que, como yo, estaba atorada en este limbo migratorio. Todo era trágico, sin importar la nacionalidad (aunque en su mayoría eran estadounidenses). Para todos representaba un problemón el no saber qué sucedía y si es que tendríamos respuesta, porque por un tiempo, el proceso se detuvo o al menos esa fue la percepción que todos tuvimos.
Compartí, pues, mi tragedia con mis amigos en México, todos trataban de ver si mi historia tenía un cabo suelto del que yo pudiera hacer uso y encontrar una forma más fácil de pasar por dicho trámite. O simplemente me contaban del caso de Sutano o Mengano que habían pasado por algo similar, en Equis o Ye país.
En Islandia fue distinto. La respuesta, casi inmediata de casi toda la gente a la que le platicaba la situación era un Þetta reddast, acompañado con una sonrisa. Sí, sabía que “tendría solución”, pero el problema nunca fue si lo tendría, era una cuestión de cuándo y qué hacer mientras tanto.
A la fecha, no consigo vivir bajo la filosofía del Þetta reddast, pese a que mi esposo sí lo haga. Para mí, es más fácil vivir bajo el “siempre espera lo peor” o “lo peor está por llegar”. Nunca falla. Al menos, viviendo así, si algo malo pasa, emocionalmente estoy más preparada para el golpe y, si es que es algo bueno pasa, me toma por sorpresa.