A veces pienso que tengo mentalmente 6 años. Que existe una parte de mí que sin pensarlo tiene respuestas propias de mi infancia. Y parte de esa sensación es porque todavía conservo la capacidad de sorprenderme de las cosas. Es una debilidad mía y, ciertamente, una ingenuidad, pues cómo puede ser que este mundo, en el esplendor de su decadencia, pueda aún maravillarme. Ya a mis 27 años, debería ser un hábito en desuso. Pero no puedo, ¿me culpan, amigos míos?, si hasta la fecha no he dejado las aulas, ahora por necesidad lingüística, pero pronto por dar continuidad a mis estudios profesionales.El conocer me maravilla, me intriga y muchas veces me recuerda lo dichoso que se es ignorándolo todo. Si hay algo en este mundo que me asombra por sobre la mayoría de las cosas, es el ingenio humano. Sobra decir por qué, pero nada más hay que observar las comodidades con las que vivimos hoy en día y pensar que todo esto es producto de nuestra especie.
Y luego existe el calzador.
Yo sé, yo sé, que mucha gente me podrá decir “Erandi, disculpa, eso lo utilizan en las zapaterías de mi localidad”. Eso lo sé. Pero, quiero suponer que es uno, de modesto tamaño. Uno que sirva para no arruinar el calzado. Más allá de que jamás los había visto, ya ni decir usado, puesto que jamás pensé que detenerse a quitarse los zapatos era una pérdida de tiempo. Tal vez sea parte de la cultura descalzada de los nórdicos (porque he de hacer la aclaración que es algo que vi por primera vez en Suecia), en la que se anda en casa sólo con calcetines. Y sí, si a uno se le olvidan las tortillas, o que llega el del gas, pues sí tiene que calzarse de prisa porque “córrele que te alcanzo”, y eso lo entiendo. Pero no deja de impresionarme.
Al mismo tiempo, me choca.
Para mi madre, probablemente, sería un ULTRA enojo PLUS que me descalzara los zapatos amarrados “¡Es que se aguadan!¡Pierden su forma!” Pensaba yo que ese era mi problema con el calzador. Que había crecido en un mundo que me prefería con zapatos, que con las “patotas en el piso”, que los calcetines blancos son difíciles de lavar si ando sin chanclas, que me voy a enfermar si ando descalza, que por eso dicen que te dan cólicos fuertes, que por eso me enfermé... Pero no… mi problema con el calzador es simple.
ES QUE POR QUÉ SOMOS TAN FLOJOS.
El calzador es eso para mí, el recuerdo de la flojera humana. Un problema con el que también lidio, porque si fuese disciplina olímpica, seguro quedaba en segundo lugar por floja. Y porque el creador del calzador me la ganaba. Eso de sentarse o en su defecto, agacharse a amarrarse las agujetas, que implique una incomodidad. ¿Cuánto tiempo exactamente se han ahorrado con este instrumento? ¿Porque es una necesidad en toda casa? Y lo más importante ¿por que lo empecé a usar si toda mi vida he prescindido de ello? Pues así es esto de adaptarse a lo nuevo.