Si alguna vez has visitado los países nórdicos por estas fechas, seguramente has notado que en muchas de las ventanas de las casas, en las vitrinas de los negocios, por todos lados hay un triángulo iluminado por siete velas eléctricas. Cuando fui por primera vez a Suecia, el triángulo se convirtió en una obsesión momentánea ¿qué significa esa decoración y por qué la veo en todos lados? Quiero aclarar, para ese entonces no tenía mucho conocimiento tanto de la falta de luz (es decir, del terror que es tener que lidiar con esto) y mucho menos de las tradiciones navideñas más allá del típico Santa Claus de Coca Cola.
Mi familia no es mucho de hacer las cosas que se suponen en México se hacen durante estas fechas, pero tenía una vaga idea de las celebraciones por la escuela. Las posadas, el ponche, la piñata… todo eso lo conocía por interacción fuera de casa, no tanto así porque mi familia las hiciera. De todo aquello, lo que más me llamaba la atención eran los significados detrás de cada una de las actividades navideñas. Que si la piñata tiene siete picos es por los pecados, que si las pastorelas eran para evangelizar a los pueblos nativos, que si los nacimientos eran representaciones de la llegada del Niño Jesús . Todo tiene un significado y su razón de ser.
Entonces traté de buscar qué significaban estas luces en las ventanas, porque, a decir verdad, se ven bastante bonitas. Sobre todo cuando oscurece a las cuatro de la tarde y una empieza a bostezar y todavía tiene cosas que hacer, antes de caer rendida. Pero no encontraba específicamente qué significaba este triángulo con siete luces. Le pregunté a unos amigos. Y su respuesta me dio gracia “No todo tiene que tener un significado, lo ponemos porque se ve bonito”. ¿Será?
En parte tienen razón. Pero, por otro lado…
La tradición, que se extiende por varios países, tiene su origen en Alemania, pero en Suecia se popularizó de la forma en la que se estila ahora. Se le conoce como adventsljusstake en sueco o candelero de adviento. Originalmente, se ponían 28 velas en el árbol de Navidad, que se iban encendiendo de siete en siete en cada domingo de adviento hasta el 25 de diciembre. Imagínense todo aquello, prendiendo 28 velas, en casitas altamente inflamables.
Los suecos variaron el concepto en principio, poniendo simplemente cuatro velas en una línea y encendiendo una por una cada domingo, así, conforme se derretían formaban una escalerita de luz decembrina. Pero aún así, son cuatro velas. Se te puede olvidar dejarlas encendidas y…¡adiós casita!
La solución llegó con el desarrollo tecnológico de Oskar Andersson, quien en 1934, trabajaba para la fábrica de Philips en Gotemburgo. Luego de que la compañía introdujera al mercado luces de navidad eléctricas y no tuviera el éxito comercial esperado, por problemas en el voltaje de las luces, Oskar tuvo la brillante idea de usar las luces y ponerlas en un soporte. Y ¡ta-dá! Es así como aparece la siguiente versión del candelero de adviento.
Hoy en día, supongo que la gente ni se inmuta de saber si lo pone o no por los rituales religiosos, ni las sagradas escrituras (tomando en cuenta que mucha gente en estos lados no es religiosa). Y también supongo hay quienes sí lo hacen como dicta la tradición. Lo que sí es llamativo, es que este triángulo de adviento, que se asoma en muchas de las ventanas, no sólo se encuentra en esta versión, ya las hay con menos luces, con más luces, planas, curvas, pequeñas y discretas, y las de gran tamaño. Hay hasta para decorar en el tablero del carro. Pues, al final del día, las luces en el candelero hacen de la oscuridad invernal, un ambiente más cálido y acogedor. Por cierto, hoy llegó Giljagaur o “Chico del barranco”.