Acá dejaré el misticismo para luego. Vamos a los datos duros. A la rudeza innecesaria.
¿Por qué $%&¡! me mudé a Islandia?
Yo sé. ¿Islandia? ¿México? ¿A poco no te mueres de frío? Me preguntarán aquellos incautos que no conciben la vida con la existencia de radiadores en casa. Pero no los culpo. Ni en los sueños más Inception (sí, de aquellos en los que con tan sólo pensarlo ya andas volteando el mundo de cabeza) me imaginaba viviendo en un lugar así. Para empezar UNA ISLA.
A veces… sólo a veces, me pienso como en esa escena de Lilo & Stitch, al imaginarme pedaleando de extremo a extremo y, caer en cuenta, que estoy en una isla. Pero vamos, pocos lugares me pueden parecer enormes cuando vengo de la monstruosa Ciudad de México.
En segundo, jamás pensé ver la nieve. Alguna vez nevó en el Ajusco y mi familia se unió a las muchas que fuimos a jugar con la, más bien, aguanieve que cayó. Ahora es uno de mis grandes terrores. Bueno, no tanto así la nieve como EL HIELO. Ese que me ha enseñado a caminar cual pingüino. Ese que me ha mostrado que no sólo soy torpe, sino que soy hija del asfalto.
Pero vamos al dato rudo. Dije que hablaría de mi vida en Suecia más adelante y aún no creo que sea el momento. Pero puedo dar un adelanto. Me timaron. De mil maneras me timaron, lo cual se volverá la inspiración de mi pitch para el show “Mil maneras de ser timada”. Y cuando la vida te miente, te zangolotea y te escupe en la cara, como la típica mexicana que soy, dije “¡(inserte insulto de su preferencia) ámonos que aquí espantan!”
Y pues sí. Llegué a Islandia básicamente por hartazgo, por locura meditada, por la búsqueda de la estabilidad perdida en la generación millennial, por paz mental… por todo, y, sobre todo, por la cara que puso mi (en ese entonces) novio cuando le dije que nos fuéramos de Suecia.
Llegué a Islandia básicamente por hartazgo, por locura meditada, por la búsqueda de la estabilidad perdida de la generación millennial, por paz mental… por todo, y, sobre todo, por la cara que puso mi (en ese entonces) novio cuando le dije que nos fuéramos de Suecia.
Pero si la cosa ya es ventilar, les puedo asegurar que hubieron más de cincuenta razones por las que nos fuimos, que incluyen cosas desde las ofertas de trabajo y el salario, pasando porque es uno de los mejores países para ser mujer, hasta cosas nimias como tener acceso al delicioso Appelsín, o que el regaliz sabe mejor. Yo sé, prioridades veinteañeras.
En fin… la clave para contestar esta pregunta está en la ESTABILIDAD. La que nos da estar entre gente que nos quiere y en un lugar que, al menos uno de los dos, ya conoce. La ESTABILIDAD que nos da el mismo país que cambia de clima cada cinco minutos y que está esperando, desde hace sesenta años, que explote un volcán.