La calma nocturna a veces se interrumpe con el azote del aire en la ventana, de ahí en fuera, silencio. Los coches ya no circulan. La gente ya no musita. La cortina danza al compás del viento. Pero desde afuera, nada. Y de pronto, ¡pum, pum, pum! La dimensión desconocida, trataba de dormir en mi habitación en Islandia y desperté en México. ¡Pum pum pum!...No... Aún es Islandia.
Desde las tres noches previas al célebre 31 de diciembre, Islandia ha sacado su lado iztapalapense, aquel del que muchos en México se quejan. La tronadera de cohetes. Leía en las noticias que, en la Ciudad de México, empezó la multa a quienes utilicen fuegos pirotécnicos en estas fechas. Greta sonríe. El cochinero que termina siendo las calles después de la tronadera es digno de considerar.
Resulta que esta… ¿tradición? en Islandia es para una buena causa. El equipo de voluntarios rescatistas (Landsbjörg) vende cada año estos fuegos artificiales para las festividades. La venta de pirotecnia es la principal fuente de ingresos de estas agrupaciones. Y cuando hay vacas gordas la gente se engolosina con las compras de los proyectiles que tienen nombres de personajes de las famosas Sagas islandesas, como el llamado Hrafna Flóki, Auður, o Bergþóra.
Este es el tercer año nuevo que estoy en Islandia. Aún me sorprende el espectáculo de la gente para la gente. La primera vez, en compañía de un amigo mexicano y una amiga brasileña, nos anunciaron que iríamos a tronar cohetes y acto seguido nos dieron unas gafas protectoras. Primer mundo le dicen. De pronto recordé andar tronando los que en Colima le llaman “marcianitos”. Sin nada de protección. La infancia piromaniaca de aventarlos a un árbol, echarlos a la coladera o a la casa del vecino que te cae gordo. Por supuesto, accidentalmente. Actos fallidos. Compramos una caja entre los tres, dado que el precio es lastimoso para el bolsillo del estudiante de intercambio.
Con mi hermana en el segundo año. La locura total. El espectáculo fue muchísimo más tupido. Luces y truenos en 360°. Mi hermana, volvía a ser niña. Las luces en el cielo no se comparaban al brillo en sus ojos al ver todo aquello. “Ellos sí se lo toman en serio” me decía tomando un luz de bengala, pues las grandes cajas (como a mí) le daban miedo.
Ayer el espectáculo lo disfrutamos desde el balcón. A las 8 de la noche ya empezaban los fuegos pirotécnicos de las comunidades. A las 10:30 hubo un silencio. La gente sintoniza puntualmente el programa cómico Áramótaskaupið, del que algún día les contaré a más detalle, donde los islandeses dan cuenta de lo más relevante del año, a modo de sátira. Y para las 11:30 más o menos, cuando termina el show televisivo, la gente regresa. Ahora con las municiones más grandes. Aquellas de nombres de batallas en las Sagas: “El asesinato de Snurri Sturluson”, “El asesinato de Högskuldur Hvítanessgoði”, o “El asesinato de Þorvaldur Vatnsfirðingur”.
Media hora de truenos, de luces, de fuego, de humo. A la distancia se escucha el cielo cual tambor bélico. La lluvia no disipa el espectáculo, la niebla no es suficiente para nublar la vista de la pirotecnia. Y entrando ya al 2020, la calma vuelve. La única señal de todo aquello, son los pedazos de cartón y palos dejados en el suelo. Basura del año nuevo.