El Retorno a la séptima fila

Imagen generada con la I.A. de Canva

El cine es mi templo. Es el ritual que me vio crecer. Desde mi primera cinta, con el gallo “Chanticleer”, aquellas idas al cine en donde, hoy en día, es una concesionaria de Honda, al lado de un Juguetibici. Ahí donde una señora vendía unas varitas de agua con diamantina, juguete que, desde mis ojos de niña, era una joya de la mismísima reina. Ahora lo recuerdo con gracia, el plástico, la ilusión. Si las varitas y el glitter han ido perdiendo la magia, el cine conserva su estatus en mi mente. Un santuario para quienes, como yo, amamos los trucos de magia.

El mundo de la fantasía me ha acompañado desde entonces, cada familiar mío me ha heredado un pedazo de lo que el celuloide les regaló. De mis abuelas: los dramones mexicanos, la admiración de las mujeres como María Félix o Dolores del Río. Marilyn Monroe en el pasillo de la casa de mi Nana. De mis abuelos: el sueño de cantar más allá del puerto.

Las escenas de acción, la película de la niña que se parece a mí; o la otra, del niño que se parece a mi hermana. Mi madre me llevaba cada semana a ver los estrenos. Mi papá me recomendaba los clásicos con los que él creció. Con mi tía renté toda la sección de terror de Blockbuster. En 2015, le puse la pausa más grande. En aquel entonces, me concentré en un sólo nombre: Ingmar Bergman. Y de él vi sólo seis películas. Las analicé e hice una tesis sobre eso. Entonces, me desconecté del cine. Le perdí la pista a los estrenos, dejé pasar el desarrollo de muchas plataformas que para entonces llegaron. El mundo cambió en esos años. Marvel saturaría todo. Al emigrar, el cine se volvió un lujo inaccesible. En el pequeño pueblo en el que vivía en Suecia, sólo llegaban las cintas más taquilleras, por lo que realmente tenía que evaluar si la película era digna para gastar unas coronas, sin palomitas ni refresco. Así fue que mal decidí cosas como Bohemian Rhapsody, sólo por ver la ilusión de Freddie Mercury.

Por lo mismo, contadas fueron las cintas por las que decidí gastar mi dinerito. El internet se volvería mi aliado, tanto por las plataformas digitales, como por otros medios de distribución. Avancemos un poco en la historia, para llegar a este punto. Ya en Islandia. El COVID hizo que no retornara a mi santuario como yo esperaba. Aún así, había tenido el honor de visitar uno de mis recintos favoritos: Bio Paradís (como Cinema Paraíso, en islandés). Ahí, donde puedo disfrutar del cine con una buena cerveza mientras que, junto con la audiencia, hacemos el Time Warp de la cinta The Rocky Horror Picture Show. Hay mucho qué decir sobre mi relación con Islandia y el cine. Pero, quizás la más importante, es que regresé a casa a través del séptimo arte. Si Bergman me trajo al norte, Islandia me devolvió al sur.

Reencontrarme con el cine que dejé, específicamente del desarrollo del cine mexicano en los últimos años, ha sido más que fuerte. Lo hice por medio de la academia. Primero, con Ya no estoy aquí, ahí mientras Ulises baila, yo contemplo una pantalla que me devuelve la vida, de la misma forma, desde otro lugar. Luego, Sueño en otro idioma, cinta que me propuse exponer para una clase pues me resultó necesario que fuese vista por las más personas posibles. Y La camarista, cinta que, curiosamente, comparte temáticas con otra de la época mucho más conocida, Roma, pero que, en mi humilde opinión, es mucho más interesante. Dirigida por Lila Avilés, La camarista sería LA cinta que inspiró mi nueva necedad: hacer una tesis sobre cine hecha por mujeres.

¿Quién podría imaginarse eso

Recuerdo que en mi muy antiguo trabajo, en México, una señora me cuestionaba por el simple hecho de trabajar en donde trabajaba (fui secretaria en una clínica). “Eres muy joven”, me decía, “deberías de hacer algo más con tu vida”, continuó con la presunción de saber todo sobre mi persona, tan sólo de verme cobrarle su consulta. Cuando le dije que estaba haciendo mi tesis de Bergman y que trabajaba ahí para irme a Suecia, casi se cae de la impresión. Nunca es suficiente para los ojos que juzgan.“¿Por qué de Bergman? ¡De México deberías de escribir!, ¡de nuestro cine!”...

Si tan sólo se enterara sobre mi nueva osadía.

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