Brujería nórdica, veneno negro. Así me parece el frasco que lleno con esa extraña golosina. La noche sepulcral es mutilada con los cuadros rosas, blancos y amarillos, encima de unos cilindros de más negro. Geometría hecha dulce. Espirales infinitas, cables tóxicos. Niños y adultos se amontonan para deleitarse al aquelarre de sabores.
¿Serás dulce, o salado?
Quiero saber qué eres, quién eres y qué es eso que haces en mi paladar, pero no puedo. No encuentro palabra para describirte. Pero, a quien pregunta le digo: es un gusto adquirido. Más allá del gusto por el café, pues tu olor no invita a degustarte. Olor entre lo radiactivo, el anís y el azúcar concentrado. Dicen los expertos que la aversión a ciertos sabores, podría ser innata pero, ¿quién podría nacer con un paladar que soportara tal sabor? Sabor que, pedazo a pedazo, me deleita. Te repudié hace tiempo, sí, lo sé. Y aún así, desde la didáctica gastronómica, te agarré cariño. Me endulzaste la vida, ¿o cuál dices que es tu sabor? Un sabor al que todavía no puedo ponerle palabras.
Deténme, que me termino los diminutos mosaicos. Cada mordida es una invitación al juego ponzoñoso. Dulce, mentira; amargo, adiestramiento. Licor medicinal. Mi corazón palpita a prisa, mi estómago padece ¡Y aún así, sigo bajo tu hechizo! Ahora salivo, te me antojas, te muerdo y... una vez más, insisto, aprendo a quererte.