Hay una parte de mi vida que no he compartido mucho en este sitio, pero es algo que toda la gente que me conoce, sabe sobre mí: ¡Me encanta el cine! Sí, es una de las cosas que más me gustan, tanto así que he pasado muchos años estudiando distintas cosas que tienen relación con la creación cinematográfica y, sobre todo, el análisis cinematográfico. Y en cierta forma, todo eso ha influido en que a veces soy exigente en el tipo de película que decido ver...pero hay de todo en la viña del señor. Hay tiempo para todo, hay películas para todo y, cuando lo único que quieres es relajarte, no pensar en la pandemia, en el trabajo, en los problemas de la vida...para eso está Netflix y su película Eurovision Song Contest: The Story of Fire Saga.
Sí amigos, la vi, definitivamente no la recomiendo, porque evidentemente no se pierden de nada. Pero siendo este un blog sobre Islandia y, en especial, por el fenómeno peculiar que le rodea (al menos dentro de la isla), pues vamos a hablar de ella.
La historia, situada en el pequeño poblado de Húsavík (al norte de Islandia) nos cuenta la travesía de Lars (Will Ferrel) y Sigrit (Rachel McAdams) quienes forman parte de una pequeña agrupación musical llamada Fire Saga. Lars, desde niño, anhela participar en el famoso concurso (al menos para los europeos) Eurovisión. Para quienes no crecimos en este lado del charco, el concurso, sobre todo en los últimos años, parece un desfile de sin sentidos musicales, que pone en evidencia las diferencias políticas que predominan en el continente. Para los islandeses, hasta donde tengo conocimiento, es un evento cultural importante. Especialmente (como lo refleja la película) para los más pequeños, quienes miran con orgullo a sus celebridades representando a su país. Regresando a las peripecias de Fire Saga, tras una serie de eventos ¿afortunados? terminan compitiendo en el concurso, pese a los deseos de los organizadores.
La cinta, como muchas de las que protagoniza Will Ferrell, es una comedia con un humor ya conocido (llamémosle americano). Ferrell se apoya en una imagen estereotípica de los islandeses, o al menos, de los islandeses de provincia. Que si usan suéter, que si beben, que si se enamoran con la parentela, que si creen en duendes, ...Y lo que al concurso respecta, pareciera que lo critica con mesura, uno podría pensar que una mano invisible se preocupa por la imagen de dicho evento.
Al final me sorprendió que la película... no es tan mala como me lo imaginaba, digo… es sólo eso, una película para pasar el rato. Lamentablemente, se perdió una oportunidad de hacer una gran comedia de un evento que ya es cómico en sí mismo. O al menos de despertar algunas preguntas que son interesantes, (¿qué importancia tiene el evento?, ¿quiénes se benefician realmente?, ¿quiénes producen verdaderamente las canciones?, ¿qué simboliza el evento en Europa?, ¿por qué ha bajado la calidad de la música a través de los años?) que hubieran hecho de la película un trabajo mucho más relevante.
Pero, lo que me pareció interesante sobre la cinta y despertó mi interés en verla, es que desde su estreno, tenía muy malas reseñas de medios internacionales. Como diría la enfermera de Harry Potter: “¿Qué esperaban?, ¿jugo de uva?”. Sin embargo, en Islandia, las reacciones han sido bastante diferentes. La gente la recibió con los brazos abiertos, siendo la película más vista en Netflix en la semana de su estreno, la canción Húsavík es la más reproducida en Spotify (al menos al día que escribo estas líneas) y un bar de nombre Jaja Ding Dong ha abierto sus puertas en el pequeño poblado de Húsavík.
¿A qué voy con todo esto?
Los islandeses tienen un sentido del humor que a la fecha me sigue pareciendo una gran incógnita. No sé qué tanto la película me aclaro o no mis dudas, pero la reacción de la audiencia frente a ella, me hace pensar que en el colectivo hay un anhelo por figurar y, que la cinta, es un acto catártico. Al fin, su isla, ahí tan inhóspita, tan fría, tan accidentada y con la furia de sus volcanes… vive, baila, sueña y canta, al clamor de ...