Hola, amigos, hoy regreso con otra aventura lingüística más. Yo sé que me he centrado las últimas entregas en mis descubrimientos a la hora de aprender islandés, pero esto ha sido parte de mis meses antes, durante y después de la contingencia por el coronavirus. Finalmente, estoy en un descanso y, al querer ponerme al corriente con el sitio, me encontré un texto que no había terminado. No sé, tal vez esto ya es parte de “Español avanzado”, pues desconozco qué tanto sepan este dato, pero hay un vicio, del que todos hemos pecado a la hora de redactar un texto: la cacofonía.
Según la Wikipedia, cacofonía se define como “la disonancia que produce la combinación inarmónica de sonidos en una frase o palabra”. Un ejemplo de cacofonía, como bien nos lo explica el sitio, son los trabalenguas. Luego de años de práctica para escribir de la forma más adecuada, he tratado de evitar algunos vicios lingüísticos, y por eso, veo con horror cada que tropiezo con la misma piedra. Ni modo, errar es humano.
Sin embargo, a la hora de aprender un idioma (en especial uno que dista mucho de la lengua materna) las reglas cambian. Hay ocasiones en las que pareciera que estoy “desaprendiendo” el español para poder aprender el islandés. Y eso es lo que me pasa con las cacofonías. Ya había tenido este pequeño problema con el sueco. En el afán de que las oraciones “sonaran” más armónicas, buscaba sinónimos en el diccionario , cosa que al final resultaba contraproducente, al grado en el que una maestra me decía “en sueco, menos es más”. Al final, logré escribir textos mucho más ¿articulados? al hacer de mis ideas una suerte de limpia á la Kondo. El minimalismo nórdico, supongo.
Ahora con el islandés, me encuentro en la misma situación, pero a la máxima potencia. Como ya (medio) les había explicado, el islandés tiene un sistema de declinaciones. Estas declinaciones hacen de las oraciones una serie de sonidos repetidos, que parecen trabalenguas infinitos. Y aquí no hay ni cómo hacerle. Recuerdo en una clase, la maestra nos dio unas imágenes para describir lo que veíamos (específicamente la ropa que portaban las personas de las fotografías). La mía era de una niña con un traje de baño, de un top rojo con lunares blancos, al momento que quise decir “el top con lunares” me quedé pasmada porque no sabía si estaba en lo correcto... ¿ Doppóttur toppur? ¡el horror! La maestra se empezó a reír repitiéndolo una y otra vez, hasta que terminó diciendo “dottopur pottur”. He notado, que esto es no sólo un problema mío, basta con ver las caras de los compañeros cuando dicen manninum mínum o alguna otra combinación de sonidos repetidos. Pero aún así, hay que hacer el esfuerzo de dejar que la cacofonía se vuelva cotidiana.