Una pausa

Imagen generada con Canva

A estas alturas, no volveré a justificar una ausencia. Deje el blog una vez más, por otra corta temporada.

¿Qué pasó esta vez?

La vida, es eso lo que pasa y que no te permite escribir. Aunque los asuntos que me hicieron pausar en esta ocasión sí ameritan unas cuantas líneas. Por un lado, me enfermé, se enfermaron los míos. Ahora como “madre de familia”, aliviarte toma mucho más tiempo pues se enferma la criatura, cuando se alivia, sigues tú y luego tu pareja. Entonces, si las posibilidades lo permiten, tienes que recurrir a tu comunidad, sino es que también están enfermos. Así fue como, tras pasar por el huracán de mocos y tos, llegaron nuestras vacaciones.

Necesitaba sol, vitamina D, un respiro y, sobre todo, una pausa. Las vacaciones fueron cortas pero sustanciosas, lo suficiente para reponer y continuar. Viajamos a Tenerife, para hacer el clásico turismo islandés, en la siguiente entrega les contaré más al respecto. Una semana de descanso para volver a la rutina… y a una pequeña batalla en contra del municipio.

¿Una batalla?

La historia es un tanto más larga, por el momento, me gustaría compartirles que, desde hace cinco años, A. y yo estamos involucrados en una disputa frente la administración de un municipio en Islandia, para prevenir la construcción de un conjunto habitacional a tan sólo ocho metros de nuestro edificio. En estos cinco años, he aprendido sobre la regulación de construcción más de lo que me gustaría admitir, he leído sobre la legislación islandesa para saber de qué manera, los residentes de mi localidad podríamos ampararnos frente a un gobierno voraz, que responde exclusivamente a los intereses de los adinerados. Me gustaría compartirles la historia de cómo fue que entendí a la Islandia oscura, las diversas historias de quienes nos hemos involucrado en esto y de cómo fue que A. terminó con una cita con la mismísima alcaldesa para hablar del asunto. Pero quizás eso lo haga en otra ocasión. Hoy me decidí por la pausa, la reflexión.

En 2023, fui yo quien encontró un error gravísimo en el código de construcción islandés desde el 2016. Desde entonces, se eliminó una línea que establece la distancia del estacionamiento para personas con discapacidad (25 metros) sin justificar las razones del cambio (como sí lo hacen con otras modificaciones en el mismo código). A. se comunicó con diversas instancias, quienes hasta ahora parecen escuchar la severidad de la omisión, puesto que es una normativa que permite construir espacios incluyentes. Para nuestra “batalla” encontrar esta regla, representaba que el municipio tenía que replantear si el proyecto era viable o no, pues no hay manera de garantizar el cumplimiento de la misma, según los propios bosquejos de los arquitectos encargados del proyecto. Poco a poco, fuimos entendiendo que el propio municipio encontraba la planeación de estos edificios, como una pesadilla en sí misma. La zona, que ya es densa en la actualidad, presenta una dificultad por la proximidad a otros predios, por lo que respetar lo que establece el Código de Construcción es prácticamente imposible.

Ayer, justo después de la cita que tuvo A. y otros vecinos de nuestra localidad con la alcaldeza, se terminó por aprobar el proyecto. Estimamos que en un año empezarán a construir, terminando el mega proyecto en unos ocho años (si queremos ser positivos, lo más probable es que sean diez años). El coraje colectivo no es por la decisión, que ya suponíamos inminente, dado que hicieron lo posible por aprobarlo de manera expedita. El coraje es por dos vertientes: la apatía del resto de los residentes y el brutal mensaje de desinterés por parte de las autoridades municipales hacia un sector vulnerable de la comunidad. No sorprende la corrupción, las manos negras, los arreglos por abajo del agua y un largo etcétera que también están incluidos en esta historia.

Por otra parte y si queremos ver el vaso medio lleno, les hemos dado un buen dolor de cabeza. Si de escribir se trata, me pinto sola. Y me volé la barda, escribiendo misivas a más de uno, a título de A., por supuesto. También he de rescatar la unión de cierto sector de nuestra comunidad, quienes a pesar de todo, estuvieron ahí dando la batalla. Una de las caras más bonitas de Islandia es que todavía vive el espíritu colectivo, aunque pocos pero efectivos. Los siguientes días son de reflexión, aquí no acaba hasta que se acaba. Pero creo que en un blog que trata el tema de Islandia, es de vital importancia mencionar que aquí también se tiene que lidiar con gobiernos de dudosa calaña. Aunque claro, en otra escala y bajo estándares distintos. Pero como diría Mike Wazowski:

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